Investidura de Donald Trump
Suerte
Hola, queridos lectores, que yo sé que estáis ahí aunque os dé vergüenza leerme.
Hoy estoy cumpliendo cincuenta años y coincide justamente con los dolores que he tenido al despertarme. Cincuenta, exacto. A mis cuenta años ya puedo presumir de contar entre mis médicos con dos especialistas de los que no todo el mundo a mi edad puede presumir. Ya tenía proctólogo y ahora ya acabo de estrenar reumatólogo.
¡Estoy más contenta! Resulta que tengo una rodilla hecha fosfatina así que, en breve, tendré que lucir un andador. O una garrota, que me pega mucho más. Y lo mejor, queridos lectores, es que ya me tengo que medir la tensión cada poco porque el otro día me subió a diecinueve la máxima. Que me he comprado y todo un aparato de esos caseros para amorcillarme el brazo en soledad. Que estoy que no paro, por cierto, dale Perico al torno. Cosas maravillosas que pasan a esta edad, sin citar la premenopausia, que es otro mundo fascinante. Así que hace una repaso de su vida y se encuentra a los cincuenta con que sigue soltera, sola, sin perrillo que le ladre, sin hijos, sin hermanos, sin hipoteca, sin acciones, sin muebles con los que hacer una mudanza, sin posesiones, sin joyas, sin portero en la finca, sin seguridad privada, sin sobrinos a los que dejar el fondo de pensiones de mierda que tiene. Y se pone una a pensar para qué, por qué, cuál es el sentido que hay que encontrarle a todo esto.
Y de pronto, lo encuentras. Vas a coger un perro de la perrera y le vas a hacer el más feliz del globo, te han llamado tus amigos y se te acabó la batería, algunos de ellos han llorado al decirte que te quieren, has llorado tú por la premenopausia, tu madre te dura, y el presidente de los Estados Unidos es Donald Trump.
¿Qué más le puedes pedir a la vida que no estar en el cuerpo de esa pobre señora que es Melania?
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