Elecciones Generales 2016
Teoría del centro
Desde la perspectiva política, el centro no es el lugar equidistante entre la derecha y la izquierda sino más bien el espacio que ocupa un limitado grupo de votantes que se inclinan, según sean las circunstancias, hacia la derecha o la izquierda con cierta vocación de permanencia. Por ello, a lo largo de una legislatura, el partido que lo representa no debe ser oscilante entre esos extremos, apoyando una orientación política y su contraria, según soplen las brisas del momento, y estableciéndose en una indefinición ideológica que no por cómoda para sus dirigentes deja de ser inquietante para los electores. Lo demostró la experiencia de UPyD, a quien la ambigüedad, el equívoco y la indeterminación condujeron al fracaso y la evanescencia. El centro, por su ubicación ideológica, tiene una orientación esencialmente reformista. No se conforma con el statu quo y apoya los cambios graduales que mejoran a la sociedad sin dañar sus fundamentos constitucionales. Es, para ello, pactista, pues su propia limitación numérica y de representación lo requiere. En este sentido, el partido que lo representa ha de buscar acuerdos permanentes y, siempre que sea posible, ha de reforzarlos con su presencia minoritaria en los gobiernos que tienen que desarrollarlos. Los arreglos de circunstancias o los compromisos meramente parlamentarios, incluso los de investidura, rara vez adquieren la fuerza necesaria para apuntalar los cambios estructurales apetecidos para los electores de centro. Y son además frágiles, tanto más cuanto mayores sean las dificultades para imponerlos desde las cámaras legislativas. Por eso, los partidos del centro, además de acordar las políticas, deben participar en el reparto del poder colocando a su gente en los puestos en los que éste acaba ejerciéndose. Tras los comicios municipales y autonómicos, y después de las dos últimas y sucesivas elecciones, ha surgido en España un nuevo partido que reclama el centro, aunque su acción política no deja de ser desconcertante. Propugna un reformismo integral, pero huye del compromiso para impulsarlo al rechazar lo que sus dirigentes denominan como «los sillones» del poder. Es también pactista, pero excluye de su horizonte conceptual al partido más votado –vetando a sus dirigentes– y se orienta hacia la opción que menos probabilidad tiene de poder conformar un gobierno respetuoso con las instituciones constitucionales. Y en su acción parlamentaria, sea en el Congreso, sea en las Asambleas autonómicas, practica la equidistancia de manera permanente, haciendo confuso su sustrato ideológico. Ese partido no es otro que Ciudadanos. Su emergencia fue vista con esperanza por los centristas de la tercera España. Pero hoy son cada vez más los que reconocen frustradas sus expectativas en él. Albert Rivera –que no deja de ser un político imaginativo, pero inexperto– tiene ahora la oportunidad para corregir la equívoca trayectoria emprendida, favoreciendo un gobierno de orientación reformista con el PP y participando en él con la cuota minoritaria que le corresponde. Sólo así engrandecerá su perfil político y sus perspectivas electorales futuras. De otro modo, quedará arrumbado como preludia el aviso recibido el pasado domingo.
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