Ángela Vallvey

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La Razón
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Una reflexión sobre el descalabro del Partido Socialista Francés en las recientes elecciones del país vecino, que tanto ha sorprendido, al quedar cerca de la irrelevancia política... La superioridad moral de la izquierda europea se ha basado en la herencia, y posterior reelaboración, de los ideales primigenios del comunismo, que proclamaba unos fines de índole moral con los que, en principio, cualquier persona digna y ética podría sentirse identificada. Dichos preceptos eran, a grandes rasgos: búsqueda de la paz, internacionalismo, camaradería sin fronteras, distribución justa de la riqueza, lucha contra la opresión, la injusticia, la tiranía... Eliminando los medios por los cuales el comunismo pretendía conseguir tales fines, esto es, erradicando la dictadura del proletariado, la izquierda occidental alumbró el gran «invento» ideológico que ha sido la socialdemocracia –a la cual se debe, en verdad, un buen número de conquistas y avances sociales en Europa, sobre todo en el último medio siglo–. La socialdemocracia descartó el materialismo dialéctico y el marxismo-leninismo y se quedó con las esencias del comunismo, con todo aquello que dotaba al comunismo de un aura incomparable de equidad: paz, justica social... De ahí provenía su invencible superioridad moral: ¡nadie podía competir con fines tan nobles como esos...! Así que la socialdemocracia fue imbatible políticamente desde la II Guerra Mundial. Mientras, la derecha parecía lastrar el peso muerto de los fines del fascismo (nacionalismo, corporativismo, Estado totalitario...), mucho menos nobles y justos, ya desde la misma teoría, que los del comunismo. De hecho, la pervivencia y vigencia del comunismo, a pesar de que el mundo haya podido comprobar cuál es su verdadero rostro, se debe a que sus fines –expresados en abstracto, meramente enumerados–, sus propósitos de justicia social, siguen siendo aprobados, aceptados y deseados por la mayoría. La socialdemocracia fue la ganadora ideológica gracias a las premisas comunistas reelaboradas, civilizadas, despojadas de la tentación totalitaria. Pero, en este siglo globalizador, las cosas han cambiado drásticamente. Un día, la derecha se dijo que los fines de justicia social no tenían porqué ser exclusivos de la socialdemocracia y los copió, reclamando también paz, hermandad y justicia. Y los populistas, hicieron lo mismo. Cualquiera, en realidad, se sintió legitimado para enarbolar unos principios ideológicos que a todo el mundo gustan, satisfacen. Y fue entonces, al perder la patente de exclusividad sobre la justicia social, cuando la socialdemocracia europea empezó su declive decisivo.