Política
Tratado urgente de misantropía
El campo de Gibraltar es un universo en sí mismo, del que nos llegan retazos llamativos como el glamour de Sotogrande, los business de esa República Llanita de Abogados encabezada por el taimado James Levy o el germen de estado fallido que crece a ritmo tropical entre La Línea y el puerto de Algeciras, territorio asediado por el narcotráfico que será, más pronto que tarde, carne de teleserie: «sudamericanización» es la palabra que envenena los sueños de la gente decente que allí vive, pues las autoridades políticas y judiciales están desbordadas. La comarca, sin embargo, presenta en el parque industrial de Palmones, entre Los Barrios y San Roque, un bocado de realidad (Ben Stiller) que traslada a los despistados a lo más crudo de la realidad andaluza. Digamos que es más bien un bofetón de crudo realismo. La generación minuciosamente descerebrada mediante la Logse ya ha procreado y se junta, se hacina, en asfixiantes centros comerciales con los despojos de la working class inglesa, una turba bárbara que degenera el noble sentido del término vacaciones con la vegetación en algunas playas españolas, a mitad de camino entre la intoxicación etílica permanente y la cocción debido al rigor del rayo solar. Una desoladora orgía de vulgaridad que aconseja a los espíritus más sensibles a refugiarse en la televisión a la carta si desean ver cine y dejarse los cuartos en las tiendas de conveniencia si necesitan comprar algo. El tejido humano de España y de otras naciones de Europa se ha depauperado: no sólo en el sentido intelectual, que por supuesto, es que encima son feos de cojones. Ni se les ocurra asomarse por ahí.
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