Restringido

Tres

La Razón
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Tres serán los acontecimienos que presidirá Francisco el próximo martes 8 de diciembre: la apertura del Año Jubilar de la Misericordia, el cincuentenario de la clausura del Concilio Vaticano II y la festividad litúrgica de la Inmaculada Concepción. Jornada pues excepcional en la historia milenaria de la Iglesia católica.

Es la segunda vez desde que el Papa Bonifacio VIII convocara en el año 1300 el primer Año Santo que un Papa decide «saltarse» el calendario y convocar un Jubileo Extraordinario; el primero fue san Juan Pablo II en 1983 en la perspectiva de la inminencia del tercer milenio. Ahora el Papa Bergoglio ha querido anticipar el que tendrá lugar en 2015 para que los ojos de los católicos, de los cristianos y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad se dirijan a Dios padre de la misericordia que perdona todo, siempre y a todos. No es la primera vez que un Año Santo queda enlazado con un Concilio. En 1575 el Papa Gregorio XIII convocó el primer jubileo después de la clausura del Concilio de Trento (1563), que desató en toda la Iglesia una «dinámica religiosa, doctrina y disciplina de nueva inspiración». Por eso, con Pío V y Sixto V Ugo Buoncompagni (así se llamaba Gregorio XIII) mereció el honroso título de «reformador».

Ahora Francisco quiere revigorizar la savia del Vaticano II en la vida de la Iglesia. En la misa de clausura de la asamblea ecuménica, el Papa Pablo VI pronunció un memorable discurso en el que afirmó: «Para la Iglesia católica nadie es extraño, nadie está excluido, nadie se encuentra lejos. Cada una de las personas a la que va dirigido nuestro saludo es un llamado, un invitado, se encuentra en cierto modo presente».

Ésa es, exactamente, la actitud de este Papa, que no excluye a nadie, que no quiere que la Iglesia sea una aduana, sino una casa con las puertas siempre abiertas, que extiende su abrazo a los cinco continentes y que desea que todos podamos convivir pacíficamente en la casa común de todos que es nuestro planeta.