Lucas Haurie
¡Triple! Y no es baloncesto
Ya era hora de que el patito feo de los saltos se convirtiera en la disciplina más atractiva del verano. Siempre a la sombra de la longitud, aupada durante años a las portadas del mundo entero por duelos de la dimensión mediática de Lewis-Powell, por fin el triple salto concita la atención que merece una prueba que conjuga como ninguna velocidad, explosividad, fuerza, técnica y, sobre todo, inteligencia. La suma de tres saltos, el equilibrio perfecto entre ellos, ni demasiado cortos ni demasiado largos, está reservada para atletas completos, que además deben soportar sobre sus rodillas el peso de tanto vuelo y tanto aterrizaje. Sin esa exigencia, sería difícil entender que el mejor triplista de la historia (18,29) sea un inglés blancuzco, bajito, canijo y canoso. Jonathan Edwards era la expresión perfecta de la armonía, nunca supimos si saltaba corriendo o corría saltando. El relevo de Edwards lo han cogido tres atletas formidables. Taylor y Pichardo han convertido su duelo en el más trepidante del verano, hasta que ayer el americano destrozó al cubano con el segundo mejor salto de todos los tiempos (18,21). Y en su puesto de comentarista se mordía las uñas Teddy Tamgho, víctima de la dureza de la prueba con dos roturas de tibia. Cogió cita para Río. Ahora que el foco está en el triple, es de justicia acordarse de los que sufrieron la «tiranía» de la longitud. Cómo olvidar a Hristo Markov, ese búlgaro de melena incontrolable, o a Willy Banks, un «showman» que primero requería con simpatía la atención del público y luego saltaba, vaya que si saltaba.
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