Sección patrocinada por sección patrocinada

Sabino Méndez

Un artista sin apriorismos

Un artista sin apriorismos
Un artista sin apriorismoslarazon

La de Germán Coppini fue, desde un punto de vista técnico, la voz más dotada de todos los grupos de los ochenta. Dado que la mayor parte de las bandas de la nueva ola provenían del punk, lo más habitual era encontrar en ellos cantantes de gran carisma pero escasa técnica vocal. Germán Coppini se convirtió en la excepción que confirmaba la regla.

Empezó desde Vigo aullando las sarcásticas consignas de Siniestro Total, pero la agresividad castiza del público punk casaba mal con su carácter tímido y dejó el grupo tras la publicación de su primer trabajo. El abandono se produjo tras un botellazo del sector salvaje de la audiencia que le rompió la rodilla en un concierto en Barcelona. Formó entonces Golpes Bajos con Teo Cardalda y Pablo Novoa y allí pudo dar rienda suelta al potencial melódico que atesoraba su voz. Las letras melancólicas e intimistas de Germán casaban a la perfección con la elegancia sonora de las músicas de Teo Cardalda pero, además, en un medio más ecléctico que el del punk académico pudo atreverse con homenajes a la canción italiana de los sesenta como «Come prima» y superarlos con matrícula. Las tonalidades de evocador terciopelo oscuro que poseía su garganta dieron al grupo un éxito avasallador en la primera parte de los ochenta, tonalidades que no eran ajenas al ambiente claustrofóbico y obsesivo de muchas de sus letras. Superada la primera mitad de esa década, Germán mostró una inquietud artística de tan amplio espectro que bien puede confundirse con dispersión. Al igual que le había interesado la canción melódica italiana, probó a entendérselas con el funky de discoteca, con la escuela moderna de Francesc Ferrer i Guardia (a quien dedican «Devocionario»), con el pop sinfónico, con Nacho Cano, con tradiciones gallegas, africanas, y todo un cúmulo de influencias tan eclécticas que, finalmente, dejaron a su público natural descolocado. Artista sin apriorismos por encima de todo, no había nada que no interesara a Coppini. Muchas veces, nuestras principales flaquezas no provienen de otra cosa que de una práctica drástica de nuestras mejores virtudes y, precisamente, su facilidad vocal le permitió lanzarse a cualquiera de esas experimentaciones sin pensárselo demasiado. Por supuesto, si combinar la semana trágica catalana con la pista de baile puede desorientar hasta el público más curtido, no queramos ni imaginar el conflicto que eso supone con la siempre rutinaria industria musical de nuestro país. Los choques de Germán Coppini con las compañías fueron frontales porque en él seguía anidando un humor contracorriente muy punk, como sucedió cuando quiso aparecer enmascarado en la portada de un disco en solitario: el tipo de ideas que a los sellos de discos les hacen santiguarse por la comercialidad del asunto. En su época de más éxito, durante la primera mitad de los ochenta, coincidimos en la misma agencia de management y muchas veces nos encontramos en el asiento contiguo del mini-bus de las giras. Era un hombre tímido y retraído, pero con un divertido humor sardónico cuando deseaba. Con frecuencia, se olvida la presión que, en los grupos, recibe el vocalista o front-man; todas las miradas del público convergen en él. Los demás podemos fallar alguna vez con más disimulo porque estamos en segunda línea de choque, pero el front-man no puede esconder ni uno de sus gestos (afortunados o no) porque está ahí a pleno sol. Para un tímido, es toda una tensión que puede compensarse huyendo de los focos hacia un mundo estrictamente personal. Una penitencia de la naturaleza por haber sido dotado con una voz de una expresividad prodigiosa.