Alfonso Ussía
Un buen verano
Me preocupa sobremanera que las últimas noticias afecten seriamente a la milagrosa recuperación oncológica de Bolinaga. El fiscal ha ordenado reabrir el caso, aun no resuelto, del asesinato de un cabo de la Guardia Civil, don Antonio Ramos Martínez, que apunta a nuestro común enfermo terminal como autor del mismo. No se trató de un crimen normal, de aquellos que determinados párrocos y obispos toleraban en nombre de la independencia vasca. Bolinaga disparó contra el guardia civil, y cuando éste agonizaba en el suelo, lo remató con nueve balazos de propina. La viuda del cabo Ramos no pudo soportar la muerte de su marido, y se suicidó. Y el hijo de ambos se entregó a la droga. Los diez disparos de Bolinaga asesinaron a tres inocentes, pero no me parece oportuno recordárselo ahora y abrir el caso, porque le ha costado mucho superar su cáncer terminal y cuando se encontraba tan feliz y contento paseando con sus amigos por Mondragón, tomando sus chiquitos y degustando los pinchos del aperitivo, este suceso puede perjudicar su definitiva curación.
Bolinaga ha asesinado, y secuestrado, y torturado. Algún día, quizá LA RAZÓN, y en homenaje a quien representó durante más de quinientos días la inhumanidad del Mathaussen español, José Antonio Ortega Lara, le ofrezca la oportunidad, sobrevolando vaivenes políticos, de explicar en una «Razón de...» lo que siente un torturado cuando convive en la libertad con el más cruel de sus verdugos. Seguro estoy de que tendremos el honor de recibirlo. Pero hay que retomar el hilo del dolor y la desazón del pobre enfermo terminal que de golpe y porrazo se encuentra de nuevo con la Justicia.
No hay derecho. Aquello sucedió en 1986. Pelillos a la mar. Que un furgón policial interrumpa el aperitivo de Bolinaga en su bar preferido de Mondragón para trasladarlo a la Audiencia Nacional, donde no ofrecen pinchos de merluza rebozada con pimiento, o tortillitas de trigueros, o ventresca de atún, o pechuguitas de oca vasca con bechamel, se me antoja una canallada. Al fin y al cabo, diez disparos significan lo mismo que un tiro si el primero se efectúa con eficacia, y Bolinaga no es responsable de la angustia de la mujer de su víctima que no pudo soportar su dolor y se quitó la vida, ni de la elección equivocada del hijo que se decantó por el consuelo de las drogas.
Bastante ha luchado el pobre Bolinaga para estar en forma, y pasear por Mondragón, y recibir los abrazos de sus paisanos, y soportar, con expresión de resignación, algún que otro regañito de un párroco por el detalle de los diez disparos. –Hiciste mal. Con uno hubiera sido suficiente, chocholo, que eres un chocholo–. Y cuando nadie lo esperaba, un horizonte, no muy lejano, de prisión en cualquier punto de España, separado de los suyos, sin aperitivos ni comilonas y compartiendo el paseo en el patio de la cárcel con delincuentes, que no con patriotas como él.
De ahí que sugiera a los de Bildu, que mandan en San Sebastián, capital de Guipúzcoa, que le ofrezcan a Bolinaga un buen regalo con anterioridad a su retorno a la cárcel, a la que van a llevarlo muy malito. Quince días invitado al mejor hotel de San Sebastián, el María Cristina, por ejemplo, con todos los gastos pagados y un taxi a su disposición para que pueda subir a Igueldo, comer en los mejores restaurantes, pasear por la Concha y Ondarreta y llenarse de vida antes de padecer la injusticia de una condena, a pesar de lo pachuchillo que está, por descargar diez balas en el cuerpo de un cabo de la Guardia Civil, que invadió su nación que jamás existió.
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