Alfonso Ussía

Un chasco de adivino

Muchas y reunidas virtudes atesoró en vida don Florenci Pujol, padre del Muy Honorable con la honorabilidad en trance de dudas. Pero entre esas cualidades no destacó su capacidad para ver el futuro. A don Florenci le preocupaban las actividades políticas de su hijo Jordi, y creyó vislumbrar un porvenir ruinoso, por culpa de ello, para su familia. Tomó don Florenci una decisión a todas luces injusta, pero con un trasfondo humano digno de emotivo aplauso. Tenía ahorrados en el extranjero 140 millones de pesetas. Marginó a su hija y se los transfirió a su nuera, Marta Ferrusola, para que ella los administrara con prudencia y exquisitez, y así lograr la supervivencia de su hijo Jordi, de su nuera y de sus siete nietos.

Se equivocó. Su hijo no se arruinó con la política. Y menos aún, su nuera y sus nietos. Aquellos 140 millones de pesetas, al cabo de los años, crecieron y se multiplicaron hasta alcanzar una cantidad asombrosa de euros. Pero la Hacienda y la Justicia de la nación colonialista no terminó de creerse lo de la herencia, y menos aún, que ese punto de partida fuera la base y el impulso que terminarían reuniendo la gran fortuna acumulada por la familia. La carta en la que explicaba don Florenci a su nuera el motivo de tan agradable regalo no ha sido mostrada por ella, y algunos fiscales, jueces e inspectores de Hacienda empiezan a sospechar que la presumible herencia es un cuento chino. Uno de sus hijos, Oleguer, tiene a su nombre noventa millones de euros, y por muy bien que se inviertan y administren 140 millones de pesetas, las cuentas no cuadran. Y otros hijos, como Jordi, Oriol, Marta y Mireia también tienen sus milloncejos por ahí, por allí, por allá y por acullá. Es decir, que la política no ha arruinado a los Pujol, como el difunto patriarca temía.

No es apacible su situación. Muchos españoles, catalanes incluídos, sospechan que tan impresionantes ganancias no provienen de inversiones y movimientos dinerarios ajustados a la honestidad. No entro en ese saco de suspicaces. Creo que los jefes de la familia, Jordi y Marta, han sido víctimas de sus hijos, que los hijos de ahora ya sabemos como son, que no respetan nada. Y esos hijos, unos más que otros, aprovechando la permanencia de su padre al frente del Gobierno de la Generalidad de Cataluña, han llevado a cabo toda suerte de tejemanejes que han terminado por alertar a quienes vivían en una cómoda nube privilegiada. Porque de la fortuna de los Pujol son responsables miles de empresarios y miembros de la alta, media y baja burguesía catalana que aceptaban, con toda naturalidad, el ascendente nivel de vida de los Pujol. Ha existido eso que se llama complicidad interesada. Una complicidad asimismo paterna, porque si un padre no muestra perplejidad ante un hijo que cada día llega a su casa en un Ferrari diferente y da por hecho que poseer una colección de ferraris, porches y audis es como coleccionar ceniceros de hoteles, el padre y la madre también son responsables. Y si otro hijo se enriquece con las ITV y un tercero se mueve por el mundo como un multimillonario, el padre y la madre tienen mucha culpa por no ocuparse de sus niños. Porque ellos no. Ellos son ejemplares y todo se lo deben a la herencia de don Florenci, que de vidente no tenía nada.

Y claro. Esa dejadez y exceso de confianza con los hijos, también la han tenido sus íntimos colaboradores y personas de la máxima confianza. Artur Mas, por ejemplo, no se enteró de nada siendo el Consejero más cercano al Presidente Pujol durante muchos años. Y así está la cosa, que los pobres padres no se han enterado de nada, los colaboradores tampoco, Mas en Babia, y los niños riquísimos. Una injusticia.