Manuel Coma
Un errático Obama en Oriente Medio
El punto de partida, tan obvio como ilusoriamente ignorado, es que hay problemas que no tienen solución. El de los movimientos migratorios masivos actuales es manifiestamente uno de ellos. La lista de los «hay que...» al respecto es amplia y variada y responde a una multiplicidad de gustos y ocurrencias. Muchos de ellos podrían mejorar la gestión de la crisis y atemperar sus efectos, pero impresiona la ingenuidad de la fe en sus capacidades curativas. La vertiginosa rapidez con que crece el desequilibrio demográfico entre África y Europa y la muy escasa probabilidad de que los países del continente del que nunca nos acordamos crezcan económicamente a un ritmo adecuado al de su aumento de habitantes, garantizan que la presión migratoria seguirá aumentando a un ritmo muy superior al de nuestras posibilidades de asimilarla.
No se les ve final a los candentes conflictos que han convertido a Oriente Medio, y en especial a Siria, en un nuevo foco de desesperados buscadores de asilo. Muy al contrario, todas las previsiones dicen que seguirán expandiéndose en intensidad y área geográfica en los próximos años.
El Estado Islámico conecta estrechamente a Siria e Irak. Nació en tierras mesopotámicas abandonadas por Barack Obama a sí mismas, es decir, al conflicto intercomunal y la influencia iraní. Pasó a Siria, donde conquistó amplias franjas de territorio, desde las que procedió a invadir su país de origen, para proseguir la expansión guerrera. No se descarta que pueda intentar lo mismo con Jordania. Turquía, tras haber sido considerablemente hospitalaria con tan inhóspito movimiento, ha pasado recientemente a la acción contra él, dentro de sus fronteras y en la vecina Siria, de la mano de Estados Unidos, que requiere su colaboración para luchar contra esa forma extrema de yihadismo, que ha desbordado a Al Qaeda, anterior paradigma de guerrasanteros, en ferocidad y eficacia, y que constituye la prioridad manifiesta de la Administración Obama en el Oriente Medio.
La situación es tan complicada que concentrarse en un enemigo significa favorecer a otros. ¿Cómo se puede arremeter contra el Estado Islámico sin apuntalar al presidente Bashar al Asad, cuyo apartamiento de la escena, se dice en Washington, es condición indispensable para llevar el conflicto hacia vías de solución? Mientras tanto, al socaire de una nueva hostilidad contra el proclamado Califato, Ankara ha reabierto el enfrentamiento con los kurdos, en parte por cínicas conveniencias políticas de Erdogan, en parte porque le parecen peligrosos los éxitos bélicos de los kurdos de Siria contra el EI (con frecuencia ISIS en inglés o Daesh en árabe), al que él ahora combate. Y para rizar el rizo, también ve con recelo la eficacia de los peshmerga del Kurdistán iraquí en la misma lucha, y ello a pesar de las buenas relaciones formales con Turquía.
Mientras tanto, el sangriento revoltijo de facciones en lucha ha expulsado de sus casas a aproximadamente la mitad de la población siria, con cuatro millones en Líbano, Jordania y Turquía. La huida hacia Europa es un fenómeno bastante reciente y en rápido aumento. Parece que los destinos de los dos años anteriores ya están saturados y las condiciones de vida allí son pésimas. Pero es sumamente llamativo que no se dirijan hacia el este, hacia los opulentos países petroleros del Golfo y hacia Arabia Saudí, que alimentan de manera continua, con armas y dinero, a facciones sirias nada moderadas –tal cualidad es desconocida en el país y la región– que luchan con el régimen contra el Califato.
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