Cristina López Schlichting

Un mar de aceite

La Razón
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El aceite de Roma venía de Astigi (Écija). En la época clásica el río Genil era navegable y transportaba en barcas hasta Sevilla las ánforas que luego iban por el Guadalquivir hasta Ostia y se derramaban por el imperio entero. La clave era el transporte. El aceite español llegaba a las legiones del norte de Europa, de Asia, de África. Toda la llanura astigitana era de olivar y en las orillas fluviales los alfares trabajaban a destajo para convertir el limo en recipientes. Las vasijas se terminaban en forma de pico y se clavaban en la arena con las que se estibaban las bodegas de las embarcaciones. Tantas se exportaron a Roma que, de aquellos restos de cerámica nació una colina entera en tierra de Itálica. Les cuento esto porque tengo los ojos llenos de la belleza arqueológica de Écija. No sabía que la ciudad hubiese tenido anfiteatro, circo, teatro, templos, ni que se tratase de una de las cuatro grandes urbes de la Bética, una de las mayores de Hispania. En el museo local se conservan mosaicos de una calidad excepcional y de un tamaño sorprendente y una «Amazona Herida» similar a la de Berlín. Plinio relata que, en el 440 a. C., se convocó un concurso para el templo de Artemisa en Éfeso, al que concurrieron los más grandes artistas de la época, Policleto, Fidias y Cresilas. Tenían que votar entre ellos mismos al ganador. Presentaron prototipos de la amazona y ganó Policleto, pero de las tres esculturas se conservan copias romanas, porque la belleza de todas llamó la atención de la época. El Vaticano conserva la de Fidias. De la de Cresilas hay una en los museos capitolinos y de la de Policleto –la más hermosa– quedaban una en Copenhague, otra en Berlín y una tercera en Nueva York. El hallazgo de una cuarta en Écija se produjo hace apenas 15 años, en 2002, de forma que una experimenta una violenta emoción al verla –dos metros de altura– con sus restos de policromía. Tenía el cabello rojizo, la túnica azulada con ribetes rojos, los ojos claros. Alucinante. Me gustaría recomendar a nuestros cultos lectores un viaje de fin de semana a Astigi. Cuando recorran la nave del convento de Los Descalzos, recién restaurada, con sus yeserías pintadas a modo de caja de música y su órgano barroco, creerán que están en Austria o en Baviera. Delante del Triunfo de la Virgen del Valle pensarán que están jugando en Roma a perderse entre trampantojos. Ante el palacio de Peñaflor, cuajado de frescos en la fachada, soñarán con un teatro. Conserva dentro espaciosos salones, un escenario, dormitorios con dosel, habitaciones con juguetes, caballerizas. En este fin de semana pasado he aprendido que Écija es algo más que la «sartén de España». Me da vergüenza reconocerlo, pero eso no estorba que les cuente que la ciudad tiene once torres barrocas policromadas que llaman en Semana Santa con matracas gigantescas de madera. Como en los cuentos.