Alfonso Ussía

Veraneo en dichos

Me refiero al veraneo en el norte. Veraneo, es decir, escapar del verano, del calor. Los que veranean en el oriente español pasan el verano, pero no veranean. El viejo veraneo se sitúa en el Cantábrico o en la montaña. Los comentarios de siempre. Muy de San Sebastián. «Esta tarde al Paseo Nuevo por si tenemos suerte y vemos el rayo verde». Jamás se ha visto. El rayo verde, ese presunto latigazo sobre la superficie del mar en el instante de la desaparición del sol por poniente. Muy de Guecho. «Estoy deseando que empiecen Fiestas de Bilbao». Prohibido el artículo plural femenino. Aviso para visitantes sin experiencia. Jamás «las fiestas de Bilbao». O «Fiestas de Bilbao» o nada. Muy de Santander y Asturias en las playas. ¿Qué tal está el agua? «Fría al principio pero después buenísima». Muy de Galicia: «Lo reconocemos, el agua está helada, pero tenemos los mejores mariscos». Y el saludo entre viejos amigos veraneantes en el primer reencuentro estival. Muy de Comillas. «¿Cuándo has venido, cuándo te vas?» Nadie espera la respuesta. A nadie le interesa la primera respuesta, y mucho la segunda. «El mejor mes, septiembre». Esa manía de adjudicar al mes de septiembre la máxima delicia del verano es la misma que se usa para atribuir a las patas y la cabeza de las cigalas la supremacía de la exquisitez. «Lo mejor de las cigalas son la cabeza y las patas»; «de acuerdo. Te cambio la cabeza y las patas de la mía por el cuerpo de la tuya». «¡Hombre no, eso no!».

Lo mismo que en «Fiestas de Bilbao», en Comillas se elimina el artículo masculino plural cuando se trata de organizar una excursión a los Picos de Europa. «Esta noche no podemos cenar con vosotros. Mañana tenemos madrugón. Vamos a Picos». Nunca «a los Picos», y menos aún especificando «Picos de Europa». Son trampas para que caigan los novatos. Y hacen mucha gracia a los tradicionales.

En los lugares del veraneo antiguo, donde nació el veraneo, resulta fundamental respetar los sitios y locales frecuentados por los mayores en varias generaciones. Hay terrazas «bien», terrazas «regular» y «terrazas mal». Las «bien» de toda la vida en Comillas, desaparecidos los bares de «La Gaviota» y del «Parador», son «Samovy» y por supuesto, «La Rabia». Insustituible el «Club Estrada», donde las nuevas generaciones se van conociendo, caen los primeros besos y por las noches, quizá entre las robustas hortensias del gran jardín, surge de cuando en cuando un sujetador despistado. Terrible el «botellón» de la Estatua del Marqués. Ahí, después de los gritos y las peleas, entre orines y estiércoles humanos, vuelan las papelinas y se posan en el prado las jeringuillas contaminadas.

En las playas, la costumbre indica –aunque en este caso no acierta–, acudir a la más lejana. La playa de Comillas, antaño frecuentada, se concede a los usuarios del «camping». La más hermosa y prodigiosa, la de Oyambre, cuenta con dos tipos de frecuentadores. Los que no la conocen, que se sitúan a la derecha en los predios de las corrientes y las resacas, y los que eligen «El Pájaro Amarillo», donde la playa se convierte en dársena tranquila, en un intento de bahía. Pero más allá está la playa de Gerra, lejanísima, que llega hasta San Vicente de la Barquera, y ésta es la preferida de los nuevos visitantes. De Comillas a Guerra con caravana de coches orientados hacia la playa se invierte el mismo tiempo, aproximadamente, que el necesario para viajar desde Salamanca a Onteniente.

Llegan las familias agotadas, con tablas, neveras y sombrillas, y la frase de siempre. «Muy fría al principio, pero después, buenísima».

El enamorado de Comillas que precisa por su trabajo darse una vuelta por Madrid –hoy, los madrileños conforman amplia mayoría dejando a los barceloneses en segundo plano–, es capaz de conducir ocho horas, cuatro a la ida y cuatro a la vuelta en el mismo día para no perder ni una jornada de descanso. Un descanso, en estos casos, cansadísimo, pero la frase es obligada. «En Madrid 28 grados por la noche, y aquí duermo con manta».

En cualquier esquina, escondido tras el tronco de un gran plátano, y siempre dispuesto a saltar sobre la víctima escogida, está al acecho el pelmazo estival. Ese que se sienta en tu mesa mientras tomas en soledad el aperitivo. Ese que interrumpe la lectura sin miramiento alguno, y ese que pregunta tu opinión acerca de los últimos aconteceres políticos. Para ellos no hay otras palabras que las que siguen: «Pregúntame en septiembre. Estoy veraneando».

Costumbres, frases, normas del veraneo tradicional, que, sin ánimo de herir a nadie, es el bueno.