Julián Redondo
Vértigo
Grima, la FIFA da grima. El castillo de naipes del caudillo suizo dimitido hasta nueva orden pierde apoyos, se tambalea y los movimientos sísmicos se dejan notar en alguna territorial española, que tiembla sólo de pensar que alguno de sus superiores pudiera tener un cadáver con pasaporte internacional en el armario. El último secreto descubierto es que los «Blatter boy’s» pagaron cinco millones de euros para cerrar la boca a los irlandeses y que dejaran de protestar por aquel gol que metió Gallas a pase de Henry con la mano, que alejó a los británicos del Mundial en Suráfrica y expidió el pasaporte a los franceses. Lo ha denunciado John Delaney, presidente de la Federación de Irlanda. La FIFA da vértigo, más que la película de Hitchcock, con aquellas escenas que soñó Salvador Dalí, y repelús, como en aquella otra de Luis Buñuel, «Un perro andaluz», cuando el genio de Cadaqués imaginó el corte en un ojo con una navaja de afeitar. Y da que pensar, y repeluco, que Marc Gasol, recién nombrado Premio Princesa de Asturias de los Deportes, junto a su hermano Pau, justifique la pitada de la Copa. Cabe preguntarse si cuando Felipe VI le entregue el 23 de octubre la distinción, se inclinará y estrechará la mano de Su Majestad o le silbará... Afirma Cruyff que no entiende a quienes pitaron el Himno, es más, asegura que les falta un tornillo. Puede que no vaya desencaminado, porque es difícil entender las contradicciones de Xavi y de Marc, dos deportistas excepcionales que se encuentran en su salsa poniendo una vela a Dios y otra al diablo. Como diría uno de Bilbao, que no es Urrutia, el ocurrente presidente del Athletic, «¿a qué estamos, pues, a setas o a rolex?». Eso, Marc y Xavi, ¿a qué estamos, pues?
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