Alfonso Ussía

Westminster

La Razón
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La primera vez que pasé sobre el Támesis por el puente de Westminster tenía 12 años. Mes de diciembre. Tuve la suerte de conocer la niebla de Londres. Me fascinó la Capital del Reino Unido. Muchísimos, una barbaridad de ingleses. Los viandantes, los usuarios del Metro y del autobús eran muy ingleses. También los taxistas. Los camareros, italianos, españoles y portugueses. Espero ser comprendido. Cuando se visita por primera vez una ciudad soñada es agradable comprobar que el sueño se ha quedado corto. En el Metro, a las ocho de la mañana, señores con chaqué camino de la City. En Knightsbridge, una constante procesión de ingleses paseando con sus paraguas cerrados. Comenzaba a llover, y nadie abría los paraguas. Me gustó aquella ironía contra el tiempo. Miraban al cielo. «Usted llueva, que yo me voy a mojar. Todo, menos abrir el paraguas». «Harrod’s» era de ingleses, y yo, algo paletillo, disfrutaba como un enano con las escaleras mecánicas, que en España no conocíamos. Pero ante todo y sobre todo, me emocionó la cantidad de ingleses que se movían por las calles. «Hyde Park», mi parque predilecto. Una pareja de las de antes –es decir, un hombre y una mujer–, se besaban apasionadamente y el «Bobby» vigilante pasaba de largo sin dedicarles ni una mirada. Y la Guardia Real que custodiaba el palacio de Buckingham estaba compuesta exclusivamente por ingleses, con algún irlandés, escocés o galés en sus marcialidades.

Londres, hoy, es una maravillosa ciudad con menos ingleses. Por lógica, centenares de miles de personas han llegado hasta allí para asegurar su porvenir, procedentes de todo el mundo, y en muy alto porcentaje, de las colonias del viejo imperio. Pero esto es normal y digno de elogio. Lo que no es normal es la cantidad de musulmanes que se han apoderado de Londres. Hoy, en Piccadilly Circus hay más musulmanes que ingleses, lo cual resulta chocante. Musulmanes plenamente integrados en su nuevo país, y unos pocos dispuestos a machacar a su nuevo país. El terrorismo de un musulmán, afecta directamente al resto. En Nueva York, la capital del mundo, aún se mira con recelo a los musulmanes. Ninguno de ellos intervino en la salvajada terrorista de las Torres Gemelas, pero todos han sufrido las miradas de la desconfianza y el recelo. Sucede en Londres. Son varios los atentados islamistas culminados en Londres, e inevitablemente, además de las víctimas mortales y de los heridos, los más perjudicados son todos los musulmanes que viven, trabajan y se ganan la vida con honradez. Pero Londres, como París, han dejado de ser ciudades inglesa y francesa, respectivamente. Una permisividad excesiva o una ingenuidad legal desbordada están cambiando la faz de Europa. Alemania, el Reino Unido, Francia, Bélgica y en menor medida Italia y España, se han sometido a las lejanas culturas y religiones. Muchos de los que llegan no asumen el deber de adaptarse a las normas de las naciones que los reciben. No se trata de un delito, pero sí de una provocación. Y en numerosas mezquitas levantadas en Europa, se predica la violencia. La Biblia tiene una sóla lectura. El Korán se interpreta, y una de las interpretaciones conlleva el odio y el terrorismo. En Madrid lo padecimos con enorme crudeza.

En el puente de Westminster, según los titulares de los medios de comunicación cercanos a Podemos, un coche ha atropellado presuntamente a cuarenta paseantes, matando a tres de ellos. También presuntamente ha sido apuñalado un policía, asimismo fallecido. Apuñalado por el coche, probablemente. Cinco asesinados, dicen. No; cuatro asesinados y un asesino abatido por los disparos de la Policía. Sucede que el tinglado del populismo en España está financiado, en buena parte, por los que financian y celebran el terror en Europa. Y es muy doloroso para los musulmanes que empiecen a sentir en las miradas de los occidentales un desafecto que no existía. Difícil arreglo. Pero Europa no puede seguir entregándose a los islamistas que se aprovechan de su ingenuidad. Hoy Londres, mañana...