Manuel Coma

¿Y ahora qué?

L o que apasiona a toda Europa de las elecciones griegas es que lo que vendrá a continuación serán consecuencias respecto a las cuales la única incógnita es el espesor de su negrura. ¿Ha sido un bravo voto contra el miedo, sobre el que hacían campaña los partidos tradicionales? Temer lo temible es una reacción tan sana como experimentar dolor por lo que daña al cuerpo. Hay quien conscientemente elige la muerte antes que un tratamiento doloroso. Lo malo son los que creen que el culpable es el tratamiento y que la cura es prescindir de éste. Ese parece ser el caso de casi la mitad del electorado griego, aunque habría que descontar a los que han votado sin ilusión, sólo como castigo contra los anteriores médicos de cabecera del país, incompetentes, corruptos y poco dispuestos a reformarse a sí mismos. Castigo, sí, pero que caerá también sobre las cabezas de los que lo inflingen.

Los griegos han demostrado la obviedad de que elegir no es acertar inexorablemente, como ahora pretenden muchos que jamás se aplican el cuento en su calidad de perdedores perpetuos. Con su mayoría por los pelos, pretenden ahora doblegar las mayorías de los demás europeos y miembros del Fondo Monetario Internacional, que en mayor o menor medida deben tragarse y digerir la deuda helénica, gravosa rémora gracias a la cual los griegos no se han hundido todo lo que podían haberlo hecho.

No sólo rechazan los términos contractuales de los préstamos que han recibido, sino el imperativo de recortar gastos para poder devolver lo prestado y ajustar dolorosamente el nivel de vida a las más exiguas posibilidades reales, y con ello volver a crecer esforzadamente a partir de bases más sanas. Lo que sí quieren recortar son las convenidas devoluciones, para que el pato lo paguen los prestamistas. La austeridad es harto enojosa, especialmente cuando uno se ha acostumbrado a vivir como si fuera alemán cuando, en realidad, es mucho menos productivo. Es muy cierto que prestar a insolventes es pecado económico que debe tener su penitencia y uno de los serios fallos del asunto es que eso ni se plantee. Pero es necia desfachatez pretender que el prestatario desaprensivo e irresponsable no tiene nada que ver en el tema. Los bancos suelen salir de rositas –relativamente– porque si se rompe el palo de la vela que tienen que aguantar todo el barco puede irse a pique, y no sólo muchos inocentes –los depositantes, por ejemplo, que el estado se compromete a rescatar, a costa de todos- viajan en él, sino que toda la economía nacional se vería muy malamente afectada.

De momento, vivimos tiempos interesantes, es decir, malos. ¿Cómo la troika, Berlín y las demás capitales gestionarán el «no» y sus consecuencias? ¿A qué ritmo y de qué modo se desplomará Grecia? ¿Qué harán los nuevos amos? De aquí a nuestras elecciones puede que Syriza lleve a los griegos a comer la peor de las bazofias y que no haya para todos. ¿A cuál de nuestros partidos beneficiará ese triste espectáculo?