Pedro Narváez

Y Carmena volvió en taxi

La Razón
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Los miembros de los partidos populistas que tanto gorgojean en Twitter y tanto viajan en metro, como si se lo hubieran puesto los Reyes Magos, no nos venden algo tangible. Lo que se puede tocar es capitalista, tiene un precio, vade retro, sino conceptos abstractos y difíciles de probar, como lo haría Tom Cruise cuando mercadea con la Cienciología. La felicidad por ejemplo. A falta de pan, en ausencia de política de altura, Podemos viene a ser la chispa de la vida, la Coca Cola que cambia el color de la lata depende de a quién se dirija. Ofrecer felicidad es como recetar crecepelo en la época de la conquista del Oeste. Lo que a usted le hace feliz tal vez a otros cause tristeza. La felicidad puede ser una canción desgarrada de Rufus Wainwright y la desolación el «bailemos el bimbó» de Georgie Dann. La risa llegó a estar prohibida y ahora será obligatoria tal que los coreanos cuando reciben a su líder supremo si no quieren acabar siendo un aperitivo para perros rabiosos. Kichi promete sonrisas en el rincón de España donde más se estila la guasa, que es regalar músculos, que es lo que sobra, en la carroza del orgullo gay. Nuestra vida no será mejor por más que los ediles viajen en bicicleta. Como si van en patinete o en helicóptero, siempre que lo paguen ellos. Cuentan en el Ayuntamiento de Madrid que Carmena llegó en metro rodeada de fotógrafos y se fue en taxi cuando la verbena había terminado. Hizo feliz al taxista. Tal vez lo único bueno que haya concretado desde que es alcaldesa. Ana Botella ya le dejó el plan para alimentar a escolares pobres en estos meses en los que el hambre no se va de vacaciones. Botella, quién lo diría, proporciona felicidad a Carmena que ahora sólo tiene que repartir el catering.