Alfonso Ussía
¿Y el embajador?
El Rey ha enviado al Rey Emérito –no me gusta la denominación– como representante de España a la toma de posesión de la presidencia de Argentina de Mauricio Macri. Leo en mi periódico que la grosera del bótox, todavía inquilina de la Casa Rosada y viuda de Pingüinez, no envió a ningún miembro de su Gobierno a recibir a Don Juan Carlos al aeropuerto de Eceiza. También que, rompiendo una tradición de respeto y cortesía no entregará el bastón de mando a su sucesor. Es probable que la señora viuda de Pingüinez no tenga tiempo para dedicarse a tan pesados menesteres cuando su objetivo fundamental es mantener a buen recaudo y camuflaje los millones de dólares que por voluntad propia –la propia de los millones de dólares– aterrizaron en su bolsillo y ella, para no mancharse, reenvió a sus cuentas en el exterior.
La irritada del bótox no ha digerido con elegancia la derrota del peronismo. Y lo cierto es que no está obligada a mostrar una esmerada buena educación que nunca le ha sido impartida. Pero sí una deferencia institucional y tradicional. No se trata de traspasar el poder de una empresa agropecuaria, sino de toda una nación tan importante como es la República Argentina. De las empresas agropecuarias, inversiones y administración de los dineros se encargarán a partir de ahora su niño Pingüinez y su protegido Kicillof. Pero de Argentina, de su futuro en los próximos años, de su recuperación económica, de su estabilidad social y de su influencia internacional se hará cargo el señor Macri, del que intuyo que le importa un bledo que la señora viuda de Pingüinez asista o no a su toma de posesión.
El Rey Don Juan Carlos se ha tomado la molestia, con 77 años y unas caderas deterioradas, de volar hasta Argentina para representar a España en el importante acto institucional. Y la señora viuda de Pingüinez podría haber tenido la amabilidad –por otra parte, de obligado protocolo– de enviar a un representante de su Gobierno a recibir al Rey. Pero leo en LA RAZÓN: «El Gabinete saliente, encargado de la recepción de mandatarios extranjeros no envió a nadie a dar la bienvenida al Rey Emérito, que tuvo que acabar cogiendo un taxi, según el diario ‘‘Clarín’’». Me figuro que el redactor de «Clarín» usaría la fórmula «tomando un taxi», porque como dicen por allá, un taxi sólo se puede coger por el tubo de escape. Pero el detalle fundamental es que el Rey Don Juan Carlos se subió en un taxi en el aeropuerto de Eceiza porque nadie se había molestado en acudir hasta allí a darle la bienvenida.
Y estoy confundido. No por la grosería del Gobierno saliente de la señora viuda de Pingüinez. Me tiene muy intrigado lo del taxi. ¿Dónde estaba el señor Embajador de España en Buenos Aires, y en qué taller se hallaba el coche oficial? Este humilde escritor no aspira a ser recibido por los embajadores de España en los aeropuertos, pero quien llegaba a Buenos Aires no era este humilde escritor, sino un Rey de España. Y no me cabe en la cabeza que no hubiera nadie de la Embajada de España en Buenos Aires aguardando a Don Juan Carlos. Lógicamente, si el Rey no es saludado por ningún representante del Gobierno y de la Embajada de España, la única opción para abandonar Eceiza y llegar a la maravillosa Buenos Aires es un taxi. También están los autobuses, los «colectivos», pero resultan más incómodos para subir y bajar de ellos con unas muletas. Me figuro al Rey llegando a su destino y respondiendo a la pregunta del taxista: –¿Necesita la factura?
–Sí, por favor, que últimamente no me pasan ni una en mi país.
Que no vaya nadie a recibirlo del Gobierno de la Pingüinez es una ordinariez. Pero, ¿y el Embajador de España?
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