Luis Alejandre
¿Yihad en carnaval?
Bien sé que el carnaval entraña cierta transgresión de normas durante uno o varios días; bien sé que el sentido del humor es una válvula de escape sana, especialmente en tiempos de crispación o desencanto; bien sé que la libertad es un don que la Humanidad debe preservar como valor eterno.
Como también sé que hay unas líneas rojas que limitan esta transgresión y este sentido del humor, especialmente cuando la libertad de unos se convierte en insulto y ofensa para otros.
Esto ha sucedido en los carnavales de Solsona, la bella ciudad episcopal leridana que no merece los calificativos que recibe estos días, especialmente porque no toda su población es responsable de lo sucedido.
Sencillamente comparar al Ejército español con la yihad, con la que está cayendo a nuestro alrededor, es algo más que un delito. No sé lo que opinarían si se enterasen en París o en Estocolmo, las ultimas ciudades europeas que han recibido el zarpazo del fanatismo. No puedo comprender como unos cafres se olvidan de los veintitantos degollados en Libia, del piloto jordano quemado en una jaula de hierro o de las diarias muestras de barbarie que violan los mas elementales principios de los Derechos Humanos.
Recientemente D. Antonio Garrigues, sabio observador de nuestro tiempo desde la atalaya de su experiencia y de sus años, refiriéndose al acrónimo ingles «vuca» (volability, uncertainly,complexity, ambiguity) modo tan común en la cultura norteamericana para definir estos tiempos, nos decía: «En esta época, la demagogia inunda la vida política, se sacraliza el derecho a descalificar y mentir y desaparece cualquier vestigio de sentido común, de prudencia y de mesura».
Sentido común, prudencia y mesura que faltaron en las autoridades de Solsona. Así de sencillo.
¿Cómo quieren que reaccione una sociedad ante el cartel de «ven a matar españoles en un ambiente festivo y familiar»? No les recuerda el mismo «ambiente festivo» con el que queman en público a un prisionero o ante unas cámaras de televisión degüellan a una supuesta mujer adúltera? ¡Tambien allí había cafres que aplaudían!
No merecen los responsables ni que cite sus nombres. Ya debe tenerlos la Fiscalía. Bien sé que el Código Penal se basta con su artículo 510 que define el concepto de «incitación al odio» y prevé las penas correspondientes. Pero como agravantes yo añadiría : por ignorantes; por inoportunos; por cretinos.
Quiero imaginar las reacciones de nuestros soldados que se despliegan en Mali, Republica Centroafricana, Somalia, Líbano, Irak o Afganistán, muy cerca de donde despliega la yihad.
Por jóvenes que sean, por sentido del humor que tengan, normalmente relacionado con sus años mozos, por amplia que sea su capacidad de tolerancia, ver la imagen de una joven de Solsona, uniformada, pistola en mano, que «invita a matar españoles», no creo que les haga la menor gracia, por muy ambiente familiar y festivo que predique la pistolera.
No. No ha sido el momento más oportuno para esta especial transgresión, por muy profundo que sea el odio que contiene y que ha sido inculcado a varias generaciones contra toda idea de lo que representa la España de todos. ¡No quiero pensar en la que se hubiera armado, si en un Torrejón o en Tembleque se hubiese montado un desfile bajo el lema: «Ven a matar catalanes» –aun añadiendo lo del ambiente familiar y festivo.
En el fondo, tras la máscara de carnaval, tras los días de escarnio y provocación, lo que asoma es solo el miedo. Ya lo decía Sófocles: «Para quien tiene miedo, todo son ruidos». Sus ruidos insensatos, a destiempo, son tan vanos que no se si merecen siquiera esta reflexión. Pero el silencio también sería cómplice y las gentes de armas en activo no siempre pueden expresar lo que sienten. Nunca valora la sociedad de la que forman parte, el valor indiscutible de estos silencios. No son ellos proclives a calentar el ambiente, en un momento electoralmente líquido, incierto, sometido a todos los vaivenes y ambiciones de la lujuria política.
Añadiría Sófocles que este miedo es el padre de la crueldad. Estos reducidos responsables de Solsona –estoy seguro que gran parte de su ciudadanía se siente avergonzada– han querido transgredir la propia crueldad, sin medir el que muchos podamos pensar que no están tan alejados de estos bárbaros capaces de quemar a un prisionero en una jaula o degollar a un montón de inocentes arrodillados a sus pies, extendiendo todo el terror de su gesto por todas las redes sociales del mundo.
¡Cuidado con las soflamas!
Aunque sean en carnaval.
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