María José Navarro

Yo, Leonor

Dibujos para el abuelo. Dibujos, dicen. Si cada vez que a ese hombre le pasa algo tuviera que hacerle un dibujo estábamos a punto de que nos llamaran del programa «Superconstrucciones». Pues no me ha dado tiempo, no. Qué pasa. No me ha dado tiempo porque yo no doy más ya de sí. ¿Qué será lo próximo, eh? ¿Ponerme a coser balones? Por favor, que bastante tengo con revisar que mi hermana no me quite protagonismo. Que el otro día intentó contestar ella a los periodistas. Esto ya es lo último. Ella. Ella, hablando como si nada. Que ya se lo dije en el coche: «Reinita soy yo. No te equivoques». En fin, que el abuelo está bien. En plena forma, que es lo que nos dicen que digamos. Total, que volvíamos a casa como una familia normal y con algunos de sus miembros con un morro que se podía atar con una manta (o sea, yo con un cabreo como una mona con mi hermana) cuando, para que se me pasara, se me ocurrió sacar un tema de conversación. «Oyes, a los escoltas que nos llevan al cole, les cobramos algo, ¿no? Mira el tito, que había montado un parking casero y le iba fenomenal». Bueno, para qué queremos más. El coche pegó un frenazo, mi madre me clavó sus ojos cada vez más chinos en el cuello, a mi padre le salió un gallo cuando iba a regañarme, a mí me dio la risa, mi sollo-hermana lloró y luego pidió galletas y, como siempre, yo acabé castigada. Sin Reyes en 2015. Es que los que vienen ya pronto me los cargué hace siete meses. De verdá, que vida llevo más perruna.