Canela fina
Continuidad histórica en Leonor de Borbón
«Si la Monarquía continúa siendo útil, permanecerá. Si se convierte en un problema y no en una solución, el pueblo la derribará»
En una ceremonia de intensa emotividad, juró bandera, junto a sus 400 compañeros, la cadete Leonor de Borbón, hija de Felipe VI, nieta de Juan Carlos I, bisnieta de Juan III, descendiente directa de Carlos III, de Felipe II, de Carlos I, de los Reyes Católicos. A la Monarquía se le atribuye la unidad y la continuidad de la nación. Y hoy, esta admirable Princesa de Asturias ha encarnado la continuidad de España en la Historia.
La Monarquía parlamentaria se caracteriza por su modernidad política. En la última clasificación de países por desarrollo y calidad de vida, realizada por la ONU, entre los diez primeros del mundo figuran siete monarquías parlamentarias. Las naciones políticamente más libres, socialmente más justas, económicamente más desarrolladas, culturalmente más progresistas, son las Monarquías democráticas europeas y asiáticas. Nadie puede negar esta realidad. Hay Monarquías abominables como algunas que rigen países árabes; hay también Repúblicas deleznables como las de Cuba, Irán o Corea del Norte. Si constitucionalmente se articula el funcionamiento de la democracia pluralista, tanto la Monarquía como la República son aceptables. Lo que importa no es la forma de Estado, sino el contenido. Las Monarquías parlamentarias permanecen por razones de utilidad, no por magias y otras vainas que algunos esgrimen. La larga tradición bovina de la clase política española conduce a las más pintorescas argumentaciones. No resulta difícil, sin embargo, deshuesar la Constitución y comprobar su práctica osatura actual y su alentadora realidad.
Si la Monarquía es una plataforma neutral sobre la que se resuelven los problemas de la nación, es decir, si resulta útil, permanecerá. Si se convierte en un problema y no en una solución, el pueblo la derribará. Con motivo del matrimonio astillado de los príncipes de Gales, Carlos y Diana, empalidecidos los días de lujo y rosas, abrumado él por las heridas de la Historia, encendidos en ella los ojos de cierva azul y engañada, las cenizas sexuales se derramaron sobre la Monarquía más firme del mundo, que se tambaleó. La Corona, zarandeada por la palabra hembra, estuvo a punto de convertirse en un problema y no en una solución. Estuvo a punto de dejar de ser útil. Y eso significa su fin, incluso en Gran Bretaña. En el siglo XXI, las hilanderas de la Historia no pueden tejer otros tapices que los de la voluntad popular.
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