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Mirando la calle

Creer en los milagros

«Todo, riesgos mortales incluidos, con tal de cambiar de continente y, al hacerlo, soñar con que su suerte pueda cambiar»

Lo que no se ve no existe. Es una máxima kantiana y una realidad contrastada. Sabemos que hay millones de personas en el mundo que subsisten en la más insoportable precariedad; que sufren cada día, desde que se levantan hasta que se acuestan, la carencia, no solo de los productos más básicos, sino también del mínimo apoyo emocional. Y, sin embargo, las borramos de nuestra memoria y las condenamos al olvido, para poder vivir sin remordimientos. «Si no podemos hacer nada», alegamos para justificarnos una y otra vez nosotros, desde nuestras guaridas de bienestar; pero sabemos que, solo con posicionarnos, con exigir o incluso con comprender, ya haríamos mucho…

A veces se nos encoge el corazón por un ratito cuando sobreviene una tragedia mayúscula que ocupa un lugar destacado en las noticias. Como hace pocos días, cuando volcó un cayuco que estaba a punto de llegar a El Hierro y murieron cuatro mujeres y tres niñas, de las 150 personas que viajaban en él, hacinadas y sin saber nadar. «¿Cómo es posible que viajen en esas condiciones?», nos preguntamos. Pues verán, aunque parezca increíble, la mayor parte de los hombres, mujeres, niños y niñas que se suben a esas embarcaciones endebles y sin ningún tipo de seguridad, ni se lo piensan. Se dejan en el viaje cantidades ingentes de dinero, en ocasiones todo cuanto poseen, con la esperanza de que ese barco, que no merecería ni tal nombre, les conduzca por fin a la «isla de Utopía». No esperan encontrar en ella frutos y flores magníficos, sino tan solo la oportunidad de un trabajo que les permita vivir con dignidad.

Imaginen el terror previo de todas estas almas que se suben a los cayucos aún sabiendo que tantos de ellos han acabado en el fondo del océano. Pues muchos aun conociendo las perversas condiciones del viaje, por haber participado en alguno otro previo, fallido, insisten en la aventura y reinciden una y otra vez. Todo, riesgos mortales incluidos, con tal de cambiar de continente y, al hacerlo, soñar con que su suerte pueda cambiar. Sus destinos son inciertos. Y lo saben antes de embarcar. Pero, cuando uno no tiene nada, tiene que aferrarse a su propia capacidad de creer en los milagros.