Tribuna
Crónica del Holocausto
Macron, con la oda a Baulieu o los elogios a la masonería, quiere alejar a Francia de sus raíces culturales cristianas y así evitar decantarse entre estar favor o en contra de la vida, o un juicio sobre qué es lo bueno o lo malo
La noticia es de hace un mes, pero la repesco para mi recordatorio periódico sobre la salud del derecho a la vida. Ha pasado desapercibido que el Parlamento británico ha descriminalizado el aborto hasta el momento del nacimiento. Es decir, ha votado que pueda acabarse con la vida de un feto a término, lo que, purismos jurídicos al margen, es infanticidio: en cuestión de minutos se pasaría del aborto a la muerte de un niño. En el mismo día ha votado la ley de la eutanasia, para que un adulto, sin control psicológico alguno, pueda acabar libremente con su vida. La Cámara de los Lores tiene ahora la última palabra
A los que somos provida se nos tilda de exagerados cuando hace ya décadas que advertimos de lo que los anglosajones llaman slippery slope, la «pendiente resbaladiza»: basta abrir la mano para que las barbaridades se sucedan y del aborto a plazos se pase al aborto libre y lo mismo cabe vaticinar con la eutanasia, que de una regulación restrictiva nos deslicemos hasta el suicidio libre, o sugerido o impuesto, más la eutanasia del recién nacido. Si creen que exagero vayan a los Países Bajos.
Vuelvo al Reino Unido. El debate duró apenas dos horas, la iniciativa ni figuraba en el programa del Gobierno, ni estaba en la opinión pública. Todo un éxito del lobby abortista que aquí, en España, sigue con su lucrativo negocio: el 80% se practica en clínicas privadas, un tercio de las mujeres son extranjeras y no residentes, lo que refuerza a España como destino del turismo abortero. Y no perdamos de vista cómo va la contabilidad de este holocausto: con los últimos datos –los de 2023– superamos los cien mil anuales, un 9% más que en 2022 y desde que en 1985 se legalizó el aborto llevamos ya tres millones de seres humanos destruidos.
En estas estábamos cuando leo un artículo de Bernard-Henri Lévy en El Español, una necrológica a Étienne-Émile Baulieu mutada en oda: ingenioso, sabio y austero; soñador y loco por la literatura. Poeta. Investigador, académico, condecorado, candidato al Nobel, médico. Un gran hombre. Y ¿quién es Baulieu, destinatario de tan ditirámbica descripción?, pues nos lo dice Bernard-Henri Lévy: «trabajó poderosamente por la liberación de las mujeres», trabajó para «devolver a sus contemporáneas la libre disposición de su cuerpo». Y ¿cómo lo hizo?, pues creando la píldora abortiva, esa que hace que la estadística de abortos legales quede en anécdota y la realidad silente sea la de incontables vidas humanas destruidas. Para su hagiógrafo, Baulieu «jamás perdía la inquietante dulzura propia de quienes han decidido, pase lo que pase, reparar el mundo y a los seres humanos». La belleza de la muerte.
Todo un héroe para Francia y para la humanidad. Y el Elíseo, bien cargado de chauvinismo, no podía quedarse fuera del ditirambo a Baulieu y ahí tenemos a un hiperbólico Emmanuel Macron: «pocos franceses han cambiado tanto el mundo» y dicho esto, vuelta insistir en Baulieu como libertador de mujeres oprimidas: «su espíritu de progreso permitió a las mujeres conquistar su libertad». Para variar, Macron tampoco tiene el detalle de pensar en los millones de seres humanos eliminados.
Y ya que hablo de Macron, reparo en que ha vuelto a visitar a los masones: les tiene afición. Hace un par de años visitó a los «hermanos» del Gran Oriente, ahora a la Gran Logia masónica de Francia. Con ellos la muy laical Francia –al menos con Macron– erige a la masonería en la confesión oficial de la República, uno de cuyos dogmas es la cultura de la muerte. Se entiende así la velita que Macron ha puesto al santón Baulieu y que elogie el papel masónico en los avances de esa cultura. Constitucionalizado ya el aborto, Macron trabaja ahora en legalizar la eutanasia y si con el aborto el hombre –como concepto– puede elegir quien nace, con la eutanasia decidirá sobre la muerte.
En la cosmovisión macronita, «el hombre» es Dios, dueño de la vida y de la muerte: es su dios y a la masonería su profeta. Le cedo la palabra a Macron: «Que la masonería tenga esta ambición de hacer del hombre la medida del mundo, el libre actor de su vida, desde el nacimiento hasta la muerte, ¿a quién le sorprendería? Por mi parte, lo celebro».
Macron, con la oda a Baulieu o los elogios a la masonería, quiere alejar a Francia de sus raíces culturales cristianas y así evitar decantarse entre estar favor o en contra de la vida, o un juicio sobre qué es lo bueno o lo malo. Pero obsesionado con esa «recristianización», se le ha colado la islamización y fomentar la cultura de la muerte no es un buen remedio sino, más bien, el suicidio de su querida y laica República.
José Luis Requeroes magistrado del Supremo