Tribuna

Crónicas ucranianas

Resumen ejecutivo final: primer año, sorprendente resistencia y victorias; segundo año, estancamiento y fatiga; industria occidental en producción de paz, la rusa en economía de guerra ¿Podrá ser el tercer año, el del deseado armisticio?

Tal día como hoy, hace ya dos años, columnas de blindados rusos violaban las fronteras ucranianas por segunda vez, intentando desde Bielorrusia conquistar Kiev. Simultáneamente, tropas helitransportadas rusas tomaban el aeropuerto Antonov de Hostomel cercano a la capital. Ambos intentos fracasaron en relativamente poco tiempo debido a graves fallos de Inteligencia y estrategia rusos. El objetivo evidente era decapitar el gobierno del presidente Zelenski y sustituirlo por otro títere fiel a Moscú. La Inteligencia rusa –sumisa como siempre a los deseos de Putin– había informado que los «libertadores» serían bien recibidos por la población. Pero en lugar de flores, la recepción fue con cócteles molotov, drones y armas anticarro. La marcha triunfal hacia Kiev tenía además un grave fallo estratégico: no había plan B si la hipótesis básica de bienvenida no se cumplía. El reflexionar sobre lo que paso a continuación es el objetivo de estas líneas.

Tras reponerse del asombro por la contundencia que la resistencia ucraniana había demostrado, la administración Biden empezó a diseñar una estrategia de apoyo a Zelenski. Enseguida se comprobó que la fracasada operación de decapitación había sido sustituida por otra con objetivos más «modestos», que intentaba conquistar toda la franja de tierra que va hasta la ciudad de Odessa. Es decir que la Ucrania rebelde –la que no se había dejado someter– debía perder, como castigo, el acceso al Mar Negro. Paralelamente, la administración norteamericana definió las líneas maestras de apoyo a Ucrania que se han mantenido hasta la fecha: la OTAN no intervendría directamente; el apoyo sería exclusivamente en armamento, fondos e inteligencia pero unilateral por parte de las naciones occidentales y afines y, finalmente, para no desestabilizar a Rusia, el armamento transferido no debería emplearse contra territorio ruso. Todo esto para los ucranianos era como obligarles a luchar contra el oso con un brazo atado a la espalda. Pero era lógico hasta poder comprobar que las frecuentes amenazas de Putin de emplear armamento nuclear eran meras bravatas. En Ramstein –una base en Alemania– se reúnen periódicamente las autoridades militares de la OTAN y afines para escuchar las peticiones de armamento de Ucrania, eso sí, sin el más mínimo acceso a la estrategia que piensa seguir. Las peticiones son de tal calibre –y las reservas europeas tan escasas– que está llegando el momento de tener que elegir entre apoyo a Ucrania o mantener una cierta capacidad de autodefensa europea. Pese a estas limitaciones, los ucranianos durante el primer año –hasta el verano del 23– lucharon eficazmente. Especialmente brillante fue el amago de ataque a Jersón en el sur, a orillas del río Dniéper; para prevenirlo, los rusos desguarnecieron el nordeste lo que permitió reconquistar rápidamente la región al norte del Donbás hacia Járkov. A continuación los ucranianos se concentraron –esta vez de verdad– frente a Jersón que tuvo que ser finalmente evacuada por los rusos poniendo así fin a sus sueños de conquistar Odessa.

Si el primer año de la guerra arrojó un balance positivo para los ucranianos pese a la perdida de la franja costera que discurre al norte del mar de Azov tras la caída de la ciudad mártir de Mariúpol, este segundo año iba a ser menos satisfactorio. Se confió excesivamente en el armamento occidental que iba llegando pausadamente y en la doctrina para combinar fuerzas ya que faltaba un componente esencial de esta última: la aviación de apoyo directo que no había podido constituirse aún por lo complejo del adiestramiento y la lentitud en el arranque del apoyo occidental. Además, se había concedido demasiado tiempo a los rusos para fortificarse a lo largo de una extensa línea especialmente en el lugar más probable de contraataque ucraniano: la línea más corta hacia el Mar de Azov que hubiera interrumpido el abastecimiento de Crimea.

Adicionalmente a los factores operativos militares señalados, otros instrumentos no están siendo tan efectivos como se esperaba. La economía globalizada no ha permitido que las sanciones económicas contra Rusia sean plenamente eficaces. Hay quien está haciendo negocio encubierto –por ejemplo, Georgia y Turquía– con el contrabando de mercancías industriales del embargo occidental. Otros como Irán y Corea del Norte apoyan con armamento la invasión rusa; China, fiel a su estilo, lo hace más disimuladamente. India está ganando un buen dinero con el crudo ruso que refina y luego nos vende. Y así podríamos seguir. Es decir que una gran parte de las terceras naciones no se sienten afectadas por el precedente ideológico del uso no justificado de fuerza para alterar fronteras y solo lo contemplan como una oportunidad para lograr beneficios.

Ucrania se está resintiendo del esfuerzo humano de combatir una Rusia mucho más poblada y últimamente ha saltado a la atención pública una nueva divergencia entre el presidente Zelenski y el ex JEMAD Zaluzhnyi –el popular artífice de la defensa inicial de Kiev– esta vez sobre la posible movilización de casi medio millón de efectivos y correspondiente disminución de edad de los reclutas. Aparentemente nadie quiere asumir el precio político de tan impopular medida por muy necesaria que pueda ser operativamente para aliviar la fatiga de los soldados desplegados.

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