Con su permiso
Cuento de verano, o no
¿Se inspirará Sánchez en las noches estrelladas que fascinaron a Bowles para decidir qué hace con Puigdemont? ¿Habrá reflexionado sobre la armonización de lo inarmonizable en su visita al Zoco de Marrakech?
Arnaldo da un respingo cuando el agua de la ducha con que pretende librarse de la arena y el salitre de la playa sale caliente, quemando casi, expuesta como está la cañería a la inclemente constancia de un sol de agosto que abrasa hasta el ánimo. Ha pasado la mañana en la playa, tratando de desconectar del trabajo de todo el año, que ha sido también intenso y, sobre todo en las últimas semanas, absolutamente agotador.
Arnaldo trabaja en Correos y lo último que comentó con una compañera de la oficina fue que no podría soportar otra como esta de elecciones en verano. Pues prepárate, le advirtió ella, que dicen que si no hay acuerdo para formar gobierno podrían volver a convocar elecciones y serían para reyes o así. No lo piensa, en realidad. Y los plazos legales tampoco se ajustarían a esa fecha. Pero a estas alturas nada le extraña de ese mundo al revés en el que se ha convertido la «res pública», o sea, la gestión de las cosas de todos.
Frente a la playa, ojea el periódico mientras se toma una caña en una terraza. Salen Puigdemont y Donald Trump como protagonistas. Y enseguida Arnaldo establece una conexión mental entre ambos, porque los dos navegan en las mismas aguas y poseen rasgos similares de personajes de circo en decadencia. Piensa que darían lástima si no fuera porque en el pasado, en el presente y pudiera ser también que en el futuro, hay quien está dispuesto a darles un lápiz y un papel para que escriban la historia de cientos de miles de personas. Pero no como simples escribanos, qué va: como protagonistas decisivos de sus propios textos. Entonces ya no dan lástima, sino miedo.
Ambos responden al perfil del populista de gatillo fácil y palabra escasa, aunque al catalán hay que reconocerle cierta solvencia en la expresión y algún razonable vestigio de capacidad intelectual en quien fue un periodista no demasiado insolvente, y un alcalde que algo hizo por su pueblo. Pero eso fue antes de que un puñado de catastróficas desdichas fruto de unas cuantas decisiones irresponsables, lo convirtieran en una nada amable caricatura de sí mismo, en ese ex presidente de gobierno autonómico que se creyó el Divino Guardián de las Esencias Catalanas, y en ese fugado de la Justicia al que terminaron convenciendo de que era el Presidente de la República Catalana en el Exilio.
Hoy resulta que ese Puigdemont que encabeza y representa la más rancia y clasista derechona del nacionalismo catalán convertida por interés propio en indepe, tiene en su mano la llave de la gobernabilidad de la España democrática contra cuya Constitución atentó y de cuya Justicia escapó mostrando una cobardía que no adornó al resto de sus compañeros de viaje. Puigdemont, decisivo para un gobierno de Sánchez. A Arnaldo la cosa le parece de guasa si solo se contempla desde la perspectiva de la ensoñación megalómana del propio fugado. Lo es menos si calcula las posibilidades de que Pedro Sánchez juegue esa baza a un precio cuando menos incómodo para el país, y puede que incluso para algunos de sus correligionarios o votantes.
Está por ver. De momento, Sánchez –en otro de esos quiebros que en su caso no pueden atribuirse al efecto de la canícula sobre el entendimiento, sino a su proceder cotidiano– se ha ido de vacaciones a Marruecos a reforzar, eso dicen en Rabat, las relaciones con ese amigo del sur. Irrita con ello a quienes esperan explicaciones de su cambio de política con Marruecos y a sus futuros socios, poco amigos de tender puentes con la más que cuestionable «democracia» marroquí. ¿Se inspirará en las noches estrelladas que fascinaron a Bowles para decidir qué hace con Puigdemont? ¿Sopesará en el silencio frío del desierto marroquí sus posibilidades reales de seguir adelante y desactivar definitivamente a Feijóo? ¿Habrá reflexionado sobre la armonización de lo inarmonizable en su visita al Zoco de Marrakech?
En un recuadro más abajo en el periódico, está Donald Trump. El otro. El protagonista de este mes de agosto que, ya demediado, eso es verdad, sigue sin embargo siendo capaz de movilizar conciencias y espantar niños con su pertinaz insistencia en defender que su intento de golpe de Estado fue una hazaña bélica digna de aplauso global, en lugar de una ofensa histórica al Sistema democrático estadounidense. Este tipo que se cree el rey de los USA y por tanto, impune ante cualquier delito y ajeno a obligación legal alguna, sigue proclamando su intención de volver a presentarse a la reelección y mantiene una capacidad aún notable de activar partidarios y, si se lo propone, movilizar almas y recursos –armas también, pero no se atreve Arnaldo siquiera a pensarlo– para volver a su ideal de jefe de la gran tribu americana.
Verano extraño. Singulares protagonistas de un tiempo de calor, incertidumbre y una aterradora banalidad de la cosa pública.
Arnaldo apura la cerveza. Quiere volver a la playa y cortar la conexión con todo eso. Que es lo suyo, claro, pero que invita a la huida. A buscar un respiro. Al menos temporal. Que a ver qué pasa cuando volvamos y ellos regresen también descansados y fuertes.
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