Editorial
Cumbres en Moncloa a ninguna parte
Los barones populares que acudan a Moncloa devolverán infinitamente mayor respeto que el que han dispensado Sánchez y sus ministros en estos años
Pedro Sánchez ha arrancado su ronda con los presidentes autonómicos en La Moncloa para abordar la agenda territorial. Moncloa ha revestido el ciclo como prueba de la normalidad institucional en las relaciones entre el Gobierno de la nación y las comunidades, lo que no deja de ser la enésima treta de una ensoñación. Lejos de esa lectura interesada se encuentra la verdad, como siempre con el sanchismo, de un clima enrarecido y de una colaboración limitada entre administraciones porque Sánchez nunca ha sido un devoto de la lealtad ni del bien común, sino de la arbitrariedad y el pensamiento único, el suyo. No existen razones de peso para considerar que estos encuentros se hubieran siquiera planteado si el Ejecutivo no hubiera regalado el concierto ilegal a Cataluña a cambio de la Generalitat para Illa y se viera presionado para diluir la indignación en un simulacro de negociación bilateral con el resto de regiones agraviadas, a la par que inoculaba el ancestral divide y vencerás contra la oposición y el liderazgo de Núñez Feijóo. Así que no tenemos otro remedio que ser muy escépticos sobre el fruto de estos encuentros teatralizados con que Sánchez ha maniobrado a la defensiva en un contexto de precariedad parlamentaria e instrucciones judiciales sobre la corrupción familiar. Los planes del presidente nunca han girado en torno a reconducir los lazos con los territorios y articular una honesta complicidad con los barones, entre otras razones por su escaso respeto y consideración por la figura de la oposición y su determinación, diríamos casi que patológica, por polarizar y tensionar la vida nacional para desactivar la alternativa. Su afán ha gravitado sobre el sometimiento general a su gobernanza arbitraria. Nadie en la historia de la España en libertad como Sánchez ha degradado tanto la institucionalidad, pilar de la democracia. Su veto personal a la celebración de la Conferencia de presidentes desde hace más de dos años y medio cuando la Ley obliga a dos al año retrata un liderazgo cesarista y demuestra su desinterés por tejer una colaboración franca en aras del interés de los ciudadanos. ¿Por qué creer en la buena fe de un presidente con una ejecutoria desafecta y hostil con las autonomías populares, manifiesto incumplidor de compromisos de toda índole, especialmente los presupuestarios? ¿Por qué vacilar siquiera sobre los ánimos reales de un mandatario que ha sembrado su desempeño de mentiras e incumplimientos, con Canarias como referencia dramática en estos días? Los barones populares que acudan a Moncloa devolverán infinitamente mayor respeto que el que han dispensado Sánchez y sus ministros en estos años. Que crean o no en lo que allí escuchen pondrá a prueba su buen juicio, aunque carezcan de motivo alguno para confiar en la palabra de aquel que no la tiene. El divide y vencerás, como hemos mencionado, lo impregnará todo. Las mejores palabras sin una buena acción que no sea atender el privilegio y la insolidaridad del PNV a costa de los de siempre.
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