El trípode del domingo
La DANA y la presencia del mal en el mundo
La Teología entiende que Dios podría haber decidido en sus inescrutables designios de Providencia no haber permitido la existencia del mal, pero que lo permite para respetar la libertad humana, dar ocasión de hacer méritos para la vida eterna y para extraer de ese mal un bien mayor
El mal se presenta en nuestras vidas de diversas maneras por ser consustancial a nuestra existencia terrenal. Lo hace en forma de tragedias individuales o familiares; locales, nacionales o mundiales; causadas por el hombre o por la fuerza desatada de la naturaleza; con la pérdida de la vida de seres queridos o de bienes de absoluta necesidad; por causas naturales o no; en forma de guerras, atentados terroristas, terremotos, inundaciones, tsunamis, erupciones volcánicas, etc. Y todas ellas colocan al hombre ante la permanente pregunta del porqué de esos dramáticos sucesos. Y el interrogante subsiguiente del «por qué a mí», que con frecuencia remiten a Dios, cuestionando que un Dios «Padre y bueno» permita que eso suceda. Desde la Fe se tiene la respuesta, aunque ésta pueda ir acompañada de interrogantes y profundo dolor y disgusto. Desde el ateísmo se suele responder reiterando que esas desgracias son una prueba evidente de la inexistencia de un «Dios bueno» que las permite.
La Teología entiende que Dios podría haber decidido en sus inescrutables designios de Providencia no haber permitido la existencia del mal, pero que lo permite para respetar la libertad humana, dar ocasión de hacer méritos para la vida eterna y para extraer de ese mal un bien mayor. La experiencia confirma que el refrán popular de que «no hay mal que por bien no venga» está muy fundamentado, aunque con frecuencia ese bien no se experimente con prontitud. Y por supuesto que es compatible totalmente con el dolor, el llanto, incluso la rebeldía y la desolación. No se olvide que el mismo Jesucristo lloró cuando tuvo conocimiento de que su amigo Lázaro había fallecido pese a saber que Él lo iba a resucitar inmediatamente. Pero es previo en todo caso e imprescindible, conocer y asumir –para que la Fe pueda ser un efectivo consuelo y ayuda para sobrellevar las consecuencias de esas tragedias– la convicción de que la muerte no es el final y que tras esta vida terrenal hay otra vida, «eterna y donde no habrá muerte, ni llanto, ni dolor...», como recoge el libro del Apocalipsis que cierra el Nuevo Testamento. Una imagen del bien mayor en la tragedia de la DANA lo está dando a nivel general esa multitud de voluntarios anónimos, personas jóvenes y mayores con su espléndido testimonio de solidaridad y cercanía con las víctimas. Aunque junto a lo mejor de la condición humana no falta lo peor con esos delincuentes que aprovechan la tragedia para saquear viviendas y comercios diversos. La vida humana, naturaleza caída, es una permanente lucha entre el bien y el mal. Comenzando en el interior de cada cual.
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