Aquí estamos de paso
Dejadme solo
Es el reflejo de un concepto personalista y autoritario del poder político que raya el mesianismo
Tres días tres con sus tres noches han transcurrido desde que Sánchez deslizó ante el Comité Federal de su partido lo de que seguiría la senda que él mismo se ha marcado, «con o sin el concurso de un poder legislativo que necesariamente tiene que ser más constructivo» (el entrecomillado es literal) y todavía no se ha desdicho ni molestado en matizar. Emulando a los Hernández y Fernández de Tintín, que brillarían como dos lumbreras de inteligencia en el paisaje político presente, «aún diría más»: no solo no hay rectificación, sino que la élite socialista gobernante se asombra y lamenta ante la constatación de que semejante afirmación haya recibido críticas. O algo peor, que sus aliados de gobierno lo hayan considerado, como mínimo, una falta de respeto al Parlamento. Dicen los más cafeteros que esas palabras, cuyo repaso le llevan a uno a la impresión de que se le escapó y se dio cuenta demasiado tarde, en realidad fueron pronunciadas de forma deliberada y consciente para que cayeran sobre el ánimo del PP y de Vox que mantienen la esperanza de adelanto electoral que le dé la vuelta a la tortilla. También puede ser. Todo es posible alrededor de Pedro Sánchez. La tesis es que si dice que seguirá adelante con o sin el Parlamento es porque tiene decidido aguantar lo que le echen y terminar la legislatura. Pero ese aviso a navegantes, si es que lo fuera, se emite envuelto en un tufillo de autoafirmación caudillista que si no fuera por la anestesia general en que parecemos estar viviendo habría despertado de su letargo invernal a un oso. Mas el oso sigue dormido. Y es posible que hasta se le pase la estación y ahí continúe. Se diría que hemos aprendido a dejar pasar lo inaceptable a base de tragar con ello de una manera incesante. Y no solo la izquierda que digiere lo que haya que digerir con tal de que la derecha no gobierne (argumento de dudosa calidad democrática, dicho sea de paso y sin intención de rozar pieles sensibles), sino hasta esa otra izquierda aparentemente coherente, que se aloja en la crítica al culto al líder y frente al pragmatismo blando del «quevieneladerecha», ha pasado casi de puntillas por la insólita afirmación de determinación ejecutiva del presidente. Hasta la derecha parlamentaria y parte de la prensa crítica parecen haber dejado correr el asunto casi sin tocar, quizá por cabalgar ya sobre un hartazgo de años y una falta de esperanza en que elevar la voz y denunciar sometimientos y abusos vaya de verdad a cambiar las cosas.
Pero hay que seguir haciéndolo. Que un presidente democrático, elegido por el Parlamento gracias a concesiones insólitas a una mayoría antinatura, sugiera que seguirá adelante sin contar con el poder que le legitima porque esas concesiones no están siendo rentables, no solo es una falta de respeto al poder del que emana el suyo, es, por encima de todo, el reflejo de un concepto personalista y autoritario del poder político que raya el mesianismo.
¡Dejadme solo! Grita el pendenciero ante el enemigo quizá secretamente confiado en que no haya combate. ¡Dejadme solo! Clama el boxeador noqueado ante el adversario a punto de tumbarle.
Se diga como se diga, algo así en política suena extemporáneo, arrumbado, incómodo; como una suerte de afirmación de liderazgo en desgracia que alienta su ego para darse ánimos aún a riesgo de parecer que en sí mismo encierra el principio y el fin de todo.
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