Aquí estamos de paso

Entre Denzel Washington y Yul Brinner

Aquí los que están sembrando de piedras el camino de la gobernabilidad son los fachas del supremacismo catalán

Esto no ha hecho más que empezar y ya tenemos la primera crisis. Ha sido plantarse una vez, una sola vez, el Partido Socialista, y echarle atrás la ley, su ley, los siete magníficos de Carles Puigdemont. Así no hay quien gobierne. Ni Pedro Sánchez en su infinita sabiduría puede sostener mucho tiempo este ritmo circadiano enloquecido que él mismo ha impuesto a la política: la noche llega cuando menos te lo esperas, es de día según le parezca al exiliado y la realidad y la verdad llevan caminos paralelos que ni la casualidad parece poder juntar. Cada votación es un asalto, cada negociación un imposible, cada minuto de diálogo un camino hacia no se sabe dónde. Aquí no hay quien viva, y así no hay quien sobreviva.

Por mucha fachosfera que se invente Pedro Sánchez, aquí los que están sembrando de piedras el camino de la gobernabilidad del Estado son los fachas del supremacismo catalán, la «dreta» prorrusa y putinesca que desprecia España y coge por la entrepierna a todo un gobierno para conseguir su objetivo único y permanente: la libertad del conducátor indepen que llevará al país a la gloria de una independencia europea, feliz y de colorines.

Y si para ello hay que poner de vuelta y media al Poder Judicial por fastidiarle la fiesta, mofarse del Poder Legislativo pactando leyes de tú a tú para beneficiarse a sí mismos, paralizar la acción del Poder Ejecutivo echándole barro y leyes atrás, pues se hace.

Y como propina, se consigue movilizar a una izquierda obsesionada por evitar a cualquier precio que gobierne la derecha. Ya dicen los numerólogos que el siete es el de los místicos que se hacen las preguntas que nadie se atreve a hacer.

La Ley de Amnistía no ha muerto porque ahora volverá a la Comisión de Justicia a debatirse de nuevo. Vuelta a empezar. Casilla de salida. Susto, no muerte. Ésta vendrá si la segunda vez que se vote se echa atrás otra vez.

No es alocado suponer que cuentan los de la fachosfera pugdemónica –no ubicados en la atmósfera fachosa por Sánchez, pero muy presentes y activos en lo suyo de fachear– con este revés y vuelta a empezar, y que confían en que con él le harán saber al Gobierno hasta dónde son capaces de llegar y el daño que pueden hacer.

Pero es también pertinente imaginar que no irán más allá en este juego diabólico de tensar la cuerda y apretar ahí abajo al sanchismo gobernante. Porque si se rompe y terminan forzando a Sánchez a elecciones es posible que el horizonte de la amnistía controlada, el perdón a los de su banda, esto de crear leyes para beneficio propio, quede en una suerte de pesadilla de un imposible tiempo reciente.

Que tengan cuidado los siete magníficos del supremacismo no vaya a ser que en su empeño por apretar, en su obstinada negación de una realidad incómoda, estén rechazando a Denzel Washington, que lideró la última versión de la película, y además es negro, para optar por Yul Brynner blanco y de origen ruso –no diré nada del pelo– olvidando quizá que el pobre ya está muerto.