
Editorial
Destrucción mutua arancelaria asegurada
El progreso proviene de la apertura, la cooperación y la competencia justa y nunca del aislacionismo bajo pulsiones autárquicas
La tormenta, mejor la galerna arancelaria que azota el mundo, está muy lejos de amainar. La nueva administración estadounidense se encarga de ello con cada barrera que levanta casi a diario en el mapa del comercio internacional. La espiral entonces se desata de forma natural y acelerada, casi espontánea. Acción y reacción de alcance equiparable para compensar los estragos sobre los mercados. Casi sin reparar en las consecuencias. O sí. La Comisión Europea anunció ayer una batería de contramedidas sobre Estados Unidos por valor de 26.000 millones de euros que entrarán en vigor el próximo mes de abril y que representan la respuesta a los aranceles del 25% sobre las importaciones al acero y el aluminio impuestos por Estados Unidos en esa misma cuantía. Casi en paralelo, la Casa Blanca la emprendía con Canadá, al que doblaba los aranceles para retirarlos horas después, con la amenaza de por medio de provocar un infierno al vecino del norte mientras este contraatacaba después. México y China, junto al resto de los BRICS también han cavado trincheras en esta guerra de puro y duro desgaste. Calificar el presente marco global del comercio mundial y por reflejo de la economía de casi caótico y con claros tintes de suicida no parece una exageración. Que cada mañana el inquilino de la Casa Blanca se despache con alguna nueva ocurrencia de presión, casi de extorsión, para asegurarse posiciones de ventaja en el concierto geoestratégico lo reduce exclusivamente al negociador pendenciero que siempre fue, desnaturalizando los deberes de la institución de la Presidencia. Hostigar a tus principales socios comerciales es una táctica de enorme riesgo sin que se pueda casi aventurar qué estrategia de calado se esconde detrás. Si es que la hubiera. Las evidencias empíricas en torno a los instrumentos proteccionistas resultan contumaces y en absoluto favorables. De hecho, los precios del acero en Estados Unidos se han disparado y repercutirán, sin duda, en los productos finales americanos y en la inflación. Nada es nuevo. Quienes no aprenden de su pasado están condenados a repetirlo. Los aranceles de Trump en su primer mandato perjudicaron a empresas y familias y lo recaudado por el muro impositivo al exterior apenas compensó. En todo caso, en este enredo hay pocos inocentes y menos bienintencionados. Europa, tampoco, con su inenarrable catálogo de barreras y obstáculos interiores y exteriores que convierten en una ensoñación hablar de libertad comercial real. En el caso de los BRICS, la cosa es aún más onerosa. Los obstáculos al comercio como arma política de escarmiento y ejemplaridad son una mala idea y un pésimo negocio. El progreso proviene de la apertura, la cooperación y la competencia justa y nunca del aislacionismo bajo pulsiones autárquicas. Si no se rectifica, la destrucción mutua está asegurada. Con lo que supone.
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