Editorial

Una diplomacia a garrotazos no es tal

Extraviado en Europa, desconectado de la interlocución con nuestros aliados, Sánchez sigue sin aprender de los errores porque falta humildad. Si lo hiciera, hubiera relevado a ese referente de la política tabernaria y de la diplomacia a garrotazos que es Puente

La acción exterior de cualquier nación es una suma de complejos equilibrios que deben afrontarse desde una sugerente combinación de prudencia, firmeza y reflexión, siempre, siempre, con la perspectiva y la altura de miras imprescindibles. Más todavía en el caso de una potencia media como España con profundas relaciones e influencias en zonas estratégicas como Iberoamérica, pero no solo, y con la dimensión internacional que le ha brindado la historia y su pujanza institucional y económica tras la recuperación de la democracia a raíz de un trabajo bien hecho de los encargados de nuestra diplomacia y del colectivo de servidores públicos del máximo nivel en las distintas legaciones. En este ámbito, los errores, las precipitaciones y no digamos la ligereza y la frivolidad pasan factura más tarde o más temprano, y suelen cristalizar en eso que hemos convenido en denominar pérdida de peso internacional, que no es baladí ni inocuo. Con el sanchismo ese declive exterior ha sido el denominador común de su presidencia, permanentemente apartado de todos los centros y cumbres decisorias en las que nos han dejado sin el asiento que antes ocupábamos. Que se haya acentuado en las últimas semanas con posicionamientos imprudentes y errados en algunos de los principales conflictos que azotan el globo ha fragilizado aún más nuestra posición hasta derivar en que la voz de España, mejor la del Gobierno, apenas se escuche o sea atendida. Que clame en el desierto. La abierta hostilidad hacia Israel, la única democracia de la región, y el fracaso de Sánchez en su gira por Europa para ganar adhesiones a su inopinada decisión de reconocer el estado palestino en plena guerra han evidenciado hasta qué punto el sanchismo ha elegido mal, muy mal, el papel de nuestro país y ha interpretado aún peor la naturaleza de la diplomacia al someterla a la ideología y la polarización. La crisis con Argentina tras las calumnias públicas del ministro Puente contra el presidente Milei, del que dijo que «ingirió sustancias», en clara referencia estupefaciente, y la correspondiente respuesta contra Sánchez y sus problemas internos desde Buenos Aires, ha sido la última consecuencia y la constatación de este rumbo desnortado. El Gobierno y la izquierda se manifiestan con idéntico perfil irreflexivo, torpe y sectario en el exterior que, en el interior, como si no fueran conscientes de que su despotismo doméstico apenas se transforma en irrelevancia foránea. No sabemos si Sánchez aspiró en algún tiempo a un liderazgo europeo o mundial, de lo que estamos seguros es de que la banalidad y la negligencia de su doctrina diplomática le han cerrado demasiadas puertas, las que cuentan, excepto claro las de sus aliados bolivarianos del Grupo de Puebla y el Foro de Sao Paulo. Extraviado en Europa, desconectado de la interlocución con nuestros aliados, sigue sin aprender de los errores porque falta humildad. Si lo hiciera, hubiera relevado a ese referente de la política tabernaria y de la diplomacia a garrotazos que es Puente.