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Lo del «Sí es sí», probablemente ha ocurrido por querer convertir un lema de pancarta en auténtica ley («¡No es abuso, es violación, hermana yo sí te creo!»)

Muchos abusadores y violadores están libres gracias a la ley «Sí es Sí» (¿quién le habrá puesto tal nombre?, ¿el que bautizó el «No es no»?, ¿José Mota?, ¿quién…?). Y la ministra del ramo asegura que «una minoría de jueces la ha aplicado mal». Cabe pensar que si fuese «una mayoría de jueces», incontables abusadores, violadores y pederastas se verían favorecidos. (Por cierto, nadie sospechaba que había tantos). Esta norma es una entelequia legal, ejemplo de que los políticos legisladores pueden hacer experimentos tremebundos cuyo coste paga en dolor la ciudadanía. Si la ley fuera lo que dicen que es quienes la han pergeñado, incluso con una «mayoría de jueces» hetero-patriarcas, fachas y tal, dispuestos a «interpretarla de forma matemática», no habría tenido efectos tan benéficos para los delincuentes. Pero lo que subyace detrás de la defensa cerrada y beligerante de quienes han confeccionado dicha ley es, entre otras motivaciones, el convencimiento de que la cárcel «no» rehabilita al criminal. Estoy de acuerdo en eso. Pocas, muy pocas veces, la prisión consigue alcanzar su objetivo nuclear: la reinserción social del presidiario. Aunque la cárcel sí sirve como mero «castigo», desdichado consuelo para las víctimas, y protección de la sociedad. Esta función secundaria, muy poco lucida desde el punto de vista jurídico (ni «progresista», ni «moderna», ni lo demás) tampoco es desdeñable. El sistema penitenciario de países llamados «avanzados» como el nuestro se centra en los culpables, poniendo a las víctimas en segundo plano, y «reparándolas» a menudo solo con dinero, casi siempre a cargo del Estado, porque los culpables se declaran insolventes incluso cuando han acumulado fortunas practicando el crimen. Claro que basta preguntarle a cualquier víctima de violación si con un cheque se siente compensada, y qué piensa de la cárcel como escarmiento, para comprender que el delito tiene dos caras. Lo del «Sí es sí», probablemente ha ocurrido por querer convertir un lema de pancarta en auténtica ley («¡No es abuso, es violación, hermana yo sí te creo!»). Y es que en España ya no se distinguen las leyes de las pancartas.