El desafío independentista

A Sánchez se le indigesta Cataluña

La Razón
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A tres semanas para las cuartas elecciones generales en cuatro años, el horizonte es del todo imprevisible con tantas variables en juego que a día de hoy las certidumbres son mínimas. Con seguridad, los expertos de La Moncloa manejaron una nutrida documentación demoscópica y prospectiva sobre el escenario electoral cuando forzaron el óbito de la legislatura con premeditación y urgencia. Los augures socialistas vislumbraron un campo de batalla electoral plenamente favorable con los adversarios políticos en inferioridad para dar una réplica suficiente. En esas proyecciones electorales de laboratorio, profilácticas y, por tanto, ajenas a los avatares de la sociedad y de la gente, todo cuadraba y se afianzaba una hegemonía socialista que facilitaría la investidura por la debilidad de los socios y por erigirse como la única salida al bloqueo. Pero las circunstancias cambian y los vientos rolan. El aleteo de una mariposa produce fenómenos inverosímiles y el independentismo, también. La insurrección separatista, la violencia salvaje, esta semana dramática, ha desvirtuado la ecuación electoral lo suficiente para que los nervios en el Gobierno y en el PSOE se hayan desatado. El triunfo garantizado de antaño aparece hogaño cogido con alfileres. La encuesta de NC Report que LA RAZÓN publica hoy confirma que el PSOE cae por primera vez por debajo de los 123 escaños de abril (120-122) y se deja más de un millón de votos. Con esa devaluación, sumada a la de Unidas Podemos (34-36 parlamentarios, de seis a ocho menos que en abril), ahormar una mayoría de izquierda se antoja muy complicado, y probablemente a día de hoy sólo sería posible con el respaldo de Iglesias, claro, y todos los independentistas, PNV y EH Bildu. El Gobierno paga la factura de su ineptitud y su medianía en la gestión de la crisis catalana, que de poder ser una oportunidad para relanzar sus opciones ha tomado el aspecto de convertirse en un descalabro monumental. La otra cara de la moneda es el centroderecha, PP y VOX, que explotan una posición y un discurso más sólido y coherente con lo que el electorado espera de unas fuerza responsables en un encrucijada tan grave como la catalana. Los populares de Pablo Casado superarían por primera vez desde las elecciones generales los cien escaños (104-105), con una subida de entre 38 y 39. El efecto catalán espolea también al partido de Abascal, que no sólo frena la sangría de anteriores sondeos, sino que superaría su representación actual en dos parlamentarios. Y, sin embargo, las opciones de quebrar el bloqueo son relativas por el tremendo retroceso de Cs, que por ahora no capitaliza la insurrección secesionista. El revés sería muy grave pues la pérdida sería de entre 33 a 35 escaños para quedarse en los 22-24. Es evidente que el panorama resulta tan convulso que los bloques podrían modificarse aún más, porque, con estos resultados y las dinámicas presentes, ni siquiera el triunfo socialista que se intuía inapelable está garantizado. Lo cierto es que el PSOE está recogiendo los frutos amargos de sus errores en forma de inacción, y nada se percibe en el horizonte que anime el panorama, pues las malas noticias económicas se suceden y los contenciosos internacionales tampoco dan tregua. Pedro Sánchez pudo pecar de osadía y soberbia cuando selló la legislatura inopinadamente, pero eso no es óbice para que no tome decisiones ante acontecimientos gravísimos como es su deber sin que las urnas le nublen la perspectiva. Con la actual dinámica de voto, y en caso de ser la opción más votada, no estará en condiciones de pedir abstenciones gratis como ha hecho hasta ahora. España necesitará un gobierno fuerte y una mayoría consistente y decidida para tomar las medidas que el país espera y necesita desde hace años. Los ciudadanos eligen a sus representantes para que solucionen problemas, no para que se conviertan en uno de ellos. Es hora ya de aprender y madurar.