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Casado, como alternativa de Gobierno

La Razón
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A la espera de unas, de momento, hipotéticas negociaciones de Gobierno entre el PSOE y Podemos, en las que, al parecer, sólo están interesados Izquierda Unida y los proetarras de Bildu, y dado que el giro socialista en Navarra, que cierra el paso a una posible abstención de populares y ciudadanos, cabe preguntarse si es posible otra fórmula política para romper el actual bloqueo, sin ir a nueva elecciones, y dotar a España de la necesaria estabilidad. Por supuesto, partimos de que el problema es el propio candidato socialista, Pedro Sánchez, que se encuentra enrocado en sus posiciones de partida, negándose a admitir que un Gobierno en minoría siempre estará condicionado por sus socios. La experiencia pasada, donde los mismos partidos que le apoyaron en la moción de censura contra Mariano Rajoy acabaron rechazando los Presupuesto Generales del Estado, aconsejaría al candidato Sánchez la búsqueda de un acuerdo programático o de coalición, en lugar de pretender operar desde la llamada «geometría variable» parlamentaria, que nunca funciona. Y si bien entendemos la renuencia de amplios sectores del PSOE a firmar un pacto amplio con la formación de Pablo Iglesias, cuyas propuestas fiscales y laborales representan un claro riesgo para la recuperación económica de España, es menos comprensible que no haya tratado de explorar otras vías del arco parlamentario, más allá de exigir al PP y a Ciudadanos una abstención sin condiciones en la frustrada sesión de investidura. Por ello, de no producirse la obligada rectificación de su estrategia política, la solución puede venir de la presentación de un candidato alternativo, incluso, del ámbito del centro derecha, propuesta que, necesariamente, supone invertir los términos de la ecuación en la que nos movemos. Técnicamente es perfectamente posible, puesto que bastaría que en la próxima ronda de consultas que va a mantener el Jefe del Estado se propusiera otro candidato, y políticamente tendría la misma viabilidad o más que la actual. De hecho, si sumamos los votos que obtuvieron el Partido Popular, Ciudadanos, Coalición Canaria y Navarra suma, éstos suponen 8.774.601, es decir, más de un millón de los sufragios que tuvo el PSOE. El reparto en escaños es sensiblemente igual: mientras que Pedro Sánchez suma 124 diputados con los regionalistas de Miguel Ángel Revilla, el bloque de centro derecha tiene 127. Además, no se necesita contar con VOX, que obtuvo 2.688.092 votos y 24 escaños, dado que, al menos para los socialistas, el partido de Santiago Abascal supone una línea roja infranqueable, lo que no ocurre con los herederos de ETA, por lo que hemos visto en Navarra. Por supuesto, en este cambio de paradigma, que opone un 33 por ciento del voto popular obtenido por el centro derecha –ya decimos que sin contar con el 10 por ciento de VOX– frente al 28 por ciento de los socialistas, sería imprescindible la abstención del PSOE, que podría demandarse en los mismos términos que ha propuesto Pedro Sánchez a Pablo Casado y Albert Rivera, es decir, por simple imperativo de Estado. El candidato alternativo debería ser el líder del PP, Pablo Casado, pero desde el presupuesto de una amplia coalición de Gobierno con Ciudadanos, que quedó como tercer partido en las elecciones. Sirva esta reflexión, a modo de especulación teórica, si se quiere, para recalcar que el problema no es tanto la fragmentación del panorama político español, por más complejidades que aporte, como la incapacidad que está demostrando el candidato socialista para conformar una mayoría suficiente. Un nuevo fracaso a la hora de superar la Investidura, que sería el tercero de su carrera política, aconseja más una retirada que una nueva convocatoria electoral, cuyos resultados, según apuntan todas las encuestas, apenas variarían.