PP
Casado yerra en el fondo y en la forma
El presidente del PP, Pablo Casado, no ha llevado a cabo una renovación de la dirección del partido, al menos, tal y como se entendía hasta ahora en la práctica política, sino que ha caído en la tentación del caudillismo, tan cara, por lo visto, a los nuevos líderes que han surgido en el panorama público español, donde se confunde la lealtad con la conformación de unas guardias de corps de fieles, acríticos con la voluntad del jefe. Pero si en unas formaciones nuevas, como Ciudadanos y Podemos, puede entenderse que los distintos dirigentes sientan la necesidad de afianzar su posición y su estrategia frente a unos cuadros ejecutivos heterogéneos por su procedencia de aluvión y, en muchos casos, con bagajes vitales de mucho peso, no son los casos ni del Partido Popular ni del PSOE, con largas trayectorias en la acción política de la democracia española, sólidas bases de militantes y simpatizantes, que gozan de amplia implantación territorial y, sobre todo, de probada experiencia de Gobierno. Porque, sin florituras, lo que ha hecho Pablo Casado ha sido cortar amarras con la trayectoria popular, minando un pasado que, pese a quien pese, tiene muchas más luces que sombras. Un partido, heredero de la UCD, en el que siempre se han expresado las distintas sensibilidades políticas que conforman el gran centro derecha español, y que ha sabido gobernar en España en dos de los momentos más complicados de su reciente historia. Pues bien, Pablo Casado ha decidido prescindir de todo aquello que no le es personalmente cercano, proponiendo un Comité Ejecutivo Nacional de afines, bisoños y con escasa experiencia de gestión. Una dirección de la que han desaparecido personas de larga trayectoria, que han tratado de servir al partido con lealtad, aunque, como es lógico, se integraran en unos u otros equipos de gestión, y que son apartados por supuestas afinidades personales con dirigentes que se han mostrado críticos con la estrategia y los resultados obtenidos en las últimas elecciones generales. Por ello, si siempre hemos sostenido que la llegada de Pablo Casado a la presidencia del PP, a través de unas primarias competidas y plurales, era una buena noticia para el futuro de la política española y que había que darle tiempo para que fructificara su labor, tenemos que confesar nuestra perplejidad por lo sucedido. Porque, además, y buena parte de la responsabilidad hay que atribuírsela a su mano derecha y secretario general, Teodoro García Egea, que preside este descontrol, hay un nombramiento, el de Javier Maroto como portavoz popular del Senado, que ha exigido, cuando menos, retorcer el espíritu de las leyes, con un empadronamiento de legitimidad muy discutible y que desprecia la naturaleza de representación territorial que se concede a la Cámara Alta. Un flaco favor, en definitiva, a la representación senatorial de los populares y a su acción opositora frente a una mayoría absoluta socialista. Tampoco podemos considerar acertada la designación de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz en el Congreso, por más que en este caso sea alguien que sí ha conseguido el acta de diputada. Álvarez de Toledo es una figura que divide más que une a las bases del partido –que no olvidan su espantada en 2015–, de expresión dura, que puede empañar la imagen de moderación y centralidad que parecía buscar Casado, y que ha demostrado una nula sensibilidad con Cataluña, circunscripción, no lo olvidemos, por la que pedía el voto. Su expresión de desprecio a la lengua catalana no fue de recibo, juicio que sostenemos desde las mismas páginas en las que hemos defendido con radicalidad y sin complejos el derecho de todos los ciudadanos catalanes a hablar y estudiar en castellano. Sí, Pablo Casado se equivoca al caer en el adanismo que tanto ha reprochado a Pedro Sánchez.
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