Santiago de Compostela
Confusiones interesadas
El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, advirtió ayer contra las apresuradas especulaciones en torno a las causas de la tragedia ferroviaria de Santiago de Compostela porque, entre otras razones, pueden ocultar intereses económicos poco confesables. No le falta razón. Desde los primeros momentos del accidente, cuando ni siquiera habían terminado las labores de rescate de los heridos, algunos medios nacionales y extranjeros se prestaban a la confusión de identificar la línea afectada con la Alta Velocidad Española, lo que no es el caso. Las líneas del AVE, en las que se desarrollan velocidades superiores a los 250 kilómetros por hora, responden a unas características especiales y están dotadas de medidas de seguridad específicas. La línea Madrid-Ferrol, por el contrario, no está aún preparada para prestar ese servicio y, aunque algunos tramos ya construidos serían perfectamente homologables a la alta velocidad, los trenes no están autorizados a circular por encima de los 200 kilómetros por hora. Ha ocurrido lo mismo en otras líneas de altas prestaciones, que no se certifican como tales hasta que termina el periodo de integración de sus complejos sistemas. No es, por lo tanto, un tren AVE el protagonista del mayor desastre ferroviario ocurrido en España en los últimos 40 años, por más que el común de los ciudadanos así lo entienda. La confusión tiene una trascendencia añadida porque, de mantenerse en el tiempo, supondría un golpe al prestigio de uno de los mayores logros de la ingeniería española, lo que reduce las opciones de seguir exportando una tecnología que es puntera en el transporte terrestre. Ahora mismo está en juego el contrato de la línea Sao Paulo-Río de Janeiro, en Brasil, para el que compite el modelo de AVE español. De ahí la advertencia de Alberto Núñez Feijóo y su llamamiento a la responsabilidad de todos. La investigación de las causas del accidente debe ser exhaustiva y debe estar al margen de las presiones y de los previsibles conflictos de intereses. Entre otras razones, porque las conclusiones a las que llegue la comisión de accidentes servirán para mejorar la seguridad en lo que sea posible. La técnica por sí sola no puede sustituir al hombre, y éste no es perfecto. Las estadísticas nos demuestran que casi un sesenta por ciento de los siniestros ferroviarios tienen su origen en el fallo humano. Se entiende la defensa del compañero que el sindicato de maquinistas está llevando a cabo, y sus demandas de mayores mecanismos de seguridad. Pero ese respaldo no justifica que se siembren dudas falaces sobre el estado de la red ferroviaria o sobre la adecuación de los protocolos de conducción. Se corre el riesgo de no extraer las lecciones debidas.
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