Amistades Peligrosas: «Somos el ejemplo, en tiempos tan polarizados, de que se puede convivir»
Cristina y Alberto volvieron a juntarse hace cuatro años, tras una separación de dos décadas, y desde entonces viven en una gira permanente por España y América
Madrid Creada:
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Cristina del Valle, asturiana, y Alberto Comesaña, gallego, son la sangre caliente de Amistades Peligrosas. O amistades milagrosas, cabría decir, puesto que su relación –que durante un lustro, al comienzo de su unión, fue también sentimental– la ha marcado siempre una discrepancia a todos los niveles que jamás se han molestado en disimular. Él venía de los procaces Semen-Up; ella, de Vodevil y de grabar un par de discos en solitario, pero coincidieron en un plató de televisión y aquel encuentro modificó drásticamente su rumbo profesional. Su primera etapa duró una década (1989-1998); después, en 2003, hubo un regreso en falso, y desde el 2021, y contra todo pronóstico, andan de nuevo juntos y con una agenda apretadísima, tanto aquí como en América. Al escucharles, es inevitable pensar que los políticos deberían pedirles consejo: «El otro día –explica Cristina–, Alberto me decía que somos un ejemplo de cómo se puede convivir desde la más absoluta adversidad, siendo pareja, no siéndolo, siendo amigos, siendo enemigos, y estando ideológicamente en las antípodas. Ahí te das cuenta de lo que significan el tiempo y la madurez, el aprendizaje. Hemos superado todos los conflictos y aprendido a convivir desde el respeto a la diferencia, y sin modificar nuestra manera de ser, nuestra esencia. Nosotros somos el ejemplo, en tiempos tan adversos y polarizados, de que se puede convivir en todas las situaciones». «Las diferencias con Cristina son evidentes –interviene Alberto–, en todo: políticas, sociales, familiares… Somos antagónicos. El otro día hablaba con un amigo y me decía que los Beatles eran los Beatles porque estaban los cuatro, por la unión, y eso ocurrió con Amistades Peligrosas. Cuando nos conocimos yo ya tenía una carrera y un nombre, y Cristina también tenía su historia. Pero se provocó una química que nos hizo muy poderosos y nos llevó a triunfar. Y pudimos ir montando los espectáculos y los elepés a base de mucho discutir y negociar». ¿Conservan recuerdos gratos de los años en los que fueron pareja o las trifulcas posteriores los hicieron trizas? «Buenos recuerdos hay –concede ella–. Hubo momentos de mucha complicidad, sobre todo al principio, cuando soñábamos con sacar el primer disco y recorríamos las compañías y nos decían que no. Recuerdo escenas de los dos juntos diciendo: “No nos vamos a rendir, vamos a volver otra vez a las mismas compañías con más material, y a seguir haciendo canciones para sacar adelante este proyecto”. También nos gustaba mucho viajar y teníamos el sueño de una autocaravana, una casita con ruedas, y la compramos. Y recuerdo momentos maravillosos en una parte que nos une a los dos, que es el amor por los animales. Pero hay cosas –y aquí el discurso cambia– que no pueden ser. Se dice mucho que la gente muy diferente puede vivir junta, pero cuando tienes una relación de pareja las cosas en común deben ser más. La canción que transmite nuestra ruptura –prosigue– es “Me quedaré solo”. Una mañana, Alberto me dijo: “Quiero que escuches esto, es para ti”. La escuché, entre lágrimas, y los dos ya sabíamos que lo nuestro era imposible, incompatible». Alberto asiente (¡bingo!): «Es que nosotros lo hacíamos todo juntos: dormíamos, viajábamos, llegábamos al hotel, prueba de sonido, actuación… Y luego el descenso, la firma de autógrafos, la vuelta… Todo el día juntos. Hubo un momento en el que me sentí completamente asfixiado. Pero, por supuesto, tuvimos muchos momentos buenos. Cristina tiene a veces salidas muy graciosas. La nuestra es una relación atípica y no deja de sorprenderme».
«No me autocensuro porque no hay difusión. Puedo sacar la canción más bestia del mercado que no sé cómo llamar la atención»Alberto, Amistades Peligrosas
Sus trabajos en solitario no han funcionado tan bien como los de Amistades, que han vendido cientos de miles de copias. ¿Siguen manteniendo una sociedad musical por una cuestión estrictamente alimenticia? «No –niega él, rotundo–. Amistades Peligrosas es mi segundo y tercer apellido. Aunque haya hecho otras muchas cosas, yo me llamo Alberto Comesaña “el de Amistades Peligrosas”, y me enorgullece totalmente. Me siento muy orgulloso del repertorio y de la estética». Ella coincide –¡bingo!– en este punto: «A nosotros nos afectó mucho la pandemia, porque nos hizo reflexionar sobre las relaciones humanas. Y hubo gente alrededor que fue importante para la reconciliación, como Poli, la mujer de Alberto, que es maravillosa. Ella le decía: “No podéis vivir en la rabia, en el rencor”. Cuando decidimos juntarnos, porque yo se lo propuse coincidiendo con nuestro 30 aniversario, él estaba con un proyecto que se llamaba La Edad de Oro del Pop Español y hacían una media de 70 conciertos al año, le iba estupendamente. Y yo tenía un proyecto con otro compañero y, junto a un grupo de mujeres, Ellas Dan la Nota, que tiene que ver con una organización que creé». Con cinco discos en su haber, desde su vuelta han sacado sólo dos temas nuevos, “Alto el fuego” y “A medio gas” (versión de una canción de The Wallflowers), porque reconocen que lo que la gente busca en sus conciertos son los hits. «Siempre nos van a pedir –afirma Alberto– nuestro póquer de ases: “Estoy por ti”, “Africanos en Madrid”, “Me haces tanto bien” y “Me quedaré solo”. Hay alguna más, pero esas son las imprescindibles».
En su etapa al frente del grupo Semen-Up, Alberto fue censurado: «Fue en plena Movida. La cadena 40 [Principales] y Televisión Española me vetaron por el nombre del grupo. Gané un concurso de RNE y censuraron una de las dos canciones que llevaba, “Lo estás haciendo muy bien”, que era la exaltación de una felación bien hecha. Sí, era un poco bestia, pero buscaba provocar. Yo no soy músico y nunca me imaginé cantando en un grupo, porque pensaba que había que estudiar. Pero cuando salió el punk, que cualquier gañán podía subirse a un escenario a berrear y a llamar la atención, me dije: “Coño, aquí tengo mi sitio”». ¿Y qué opina de la corrección política actual? «No me autocensuro, no tengo esa necesidad, porque no hay difusión. Puedo sacar la canción más bestia del mercado que no sé cómo llamar la atención. Ni las compañías, ni las cadenas de radio, que son las que fabricaban hits en los 80 y 90, se interesan». En este asunto, Cristina no alberga dudas: «Para mí hay un límite, que es el respeto a los derechos humanos. Cuando una canción hace apología de la violencia en cualquiera de sus formas, de la cosificación de un ser humano, de racismo, de humillación… ese límite es infranqueable. Yo no lo llamo censura, ni autocensura, sino empatía, evolución y respeto».
Javier Menéndez Flores
Hay veces en las que el «sí» y el «no» se las ingenian para casar, igual que hay un momento mágico, que se repite dos veces al día desde el principio de los tiempos, en el que la luz y la oscuridad se abrazan con una pasión inexplicable. Los platós de televisión son como lámparas de Aladino que alumbran extraños compañeros de cama y curro, y meigas, en Galicia, haberlas, haylas. Y así fue como brotó el amor en dos cabezas que no sabían la guerra venidera que el insensato deseo carnal acababa de activar.
Vivir a la greña, en una disensión permanente, debe de ser agotador. Pero hay motores que funcionan con ese combustible y que al cabo de un millón de kilómetros ahí siguen, fresquísimos, mientras que otros en apariencia menos beligerantes griparon ya hace tiempo. C’est la vie. O en román paladino: qué cosas.
Cristina y Alberto aún cantan juntos, 35 años después del primer beso y al menos tres décadas desde que se pidieron, exhaustos, los rosarios de sus madres. Marcianísimo él y venusianísima ella, creen, erróneamente, que no hay dos compañeros más disímiles a lo largo y ancho de la Vía Láctea. Pero en la historia de la música popular la lista de enemigos íntimos es más extensa que el río Amazonas, y ahí están Lennon/McCartney y los aún entrelazados Mick y Keith para corroborarlo. Aunque eso no desmiente sus cicatrices interiores ni que sean el blanco y el negro con una nómina a pachas.
(Estuve por ti con cada gramo de mi cuerpo, cuando la juventud aplastaba las ideas y la sed parecía que nunca iba a tener fin. Estuve por ti como hay que estarlo, sin peros ni remilgos ni coartadas. ¿O acaso no recuerdas aquel Madrid que se nos antojó niuyork y en el que las ganas iban siempre por delante del ancla pesadísima de las palabras? Estuve por ti en las calles y en los escenarios, en los amaneceres sin esquinas y en la noche que no sucumbía jamás. Estuve por ti mientras tú estabas por mí, qué par de idiotas, cuando la piel era el idioma común y las diferencias nos esperaban, armadas hasta los empastes, unos años más allá).
En la jungla de la plaza de España había africanos que dormían sobre ramas y teníais que cantarlo. Y en vuestro fondo de armario caben los brazos intactos de Víctor Jara y las canciones con fundamento de Mercedes Sosa, pero también el pop absoluto de los Beatles y la corbata de Bryan Ferry. Y aunque sois dos leones que se disputan el cetro de mando, un reino bicéfalo parece posible.
(Me muero por morder chocolate y tú acabas de ordenar jamón. Los periódicos que abrimos son tan semejantes como un esquiador y un jugador de vóley playa, y cada vez que das tu opinión, sobre casi cualquier tema, creo que me va a subir la fiebre. Pero estuve por ti absolutamente, y aunque eso, ahora, pueda parecer una anécdota, una tontería, nada, entonces lo fue todo y mucho más que eso. Me hacías tanto bien…).
Vamos, deprisa, estrecha mi cálida mano con púas, que mañana actuamos y no podemos fallar. Pero luego cada mochuelo a su olivo, que uno tiene a sus chicos y a su Poli y a su Celta de Vigo y la otra a su ejército de plantas y a sus perros que pasear. Aunque sé que si te llamo, a la hora que sea, estarás ahí, y es por eso que nunca me quedaré solo, sola.