Gobierno de España

¿Cuánto vale la palabra de Sánchez?

Pedro Sánchez ha conducido la campaña electoral a un terreno que nada tiene que ver con los problemas reales del país. Por lo que vemos, considera más importante sus intereses de estrategia electoral sobre un debate en televisión que lo que en él se pueda tratar. Sabemos que su campaña estaba basada en no hacer nada y esperar el error de los contrarios, pero hay un normas básicas que hasta ahora se han cumplido: respetar los debates en la televisión –pública y privada–, con diferentes formatos –cara a cara, con todos los candidatos o sectoriales– y dejar que los medios sean los organizadores. Parece que está dispuesto a acabar con ellos si no es en las condiciones que le sean más favorables. Que no tiene mucho interés en debatir con el resto de partidos, ha dado sobradas muestras, incluso estar dispuesto a boicotear su compromiso con la cita contraída con Atresmedia el día 23, utilizando, además, para ello a RTVE, a la que ha impuesto que prepare otro el mismo día, al que sí estaría dispuesto a acudir, gracias a la actitud servil de su presidenta, Rosa María Mateo. La imagen del presidente del Gobierno instrumentalizando la televisión pública con un descaro e insolencia nunca vistos puede ser la que marque esta campaña. No sólo ha encontrado la reacción unánime del resto de partidos convocados al debate, PP, UP y Cs, que han confirmado que acudirán al que se comprometieron en Atresmedia el 23 y que también participarán en el de TVE el día 22 con sus tres líderes, Pablo Casado, Pablo Iglesias y Albert Rivera, sino con la oposición de los periodistas de la cadena pública. Su Consejo de Informativos ha emitido un duro comunicado contra la actitud de la Corporación («RTVE debe apostar por la imparcialidad y no ajustar su programación a la propuesta de un único partido político, sea el que sea»), incluso del que sería su moderador, Xabier Fortes, que ha denunciado que la decisión de la presidenta de RTVE al aceptar la indicación de La Moncloa de cambiar la fecha del debate de su propia cadena para que coincida con la de Atresmedia, supone poner en entredicho «la imagen de independencia de RTVE por la que tanto hemos peleado». Mateo parece estar más al servicio del secretario de organización del PSOE que de la información, mientras han sido los trabajadores los que han tenido que salir en defensa de su propia profesionalidad. Sánchez no sólo ha incumplido su acuerdo con Atresmedia porque el formato a cuatro no le favorecía, sino que ha provocado una profunda crisis en la televisión pública. Lo funesto y desmoralizador de esta situación es que, sea cual sea la solución, se ha retrocedido años en la consideración que desde el poder político se tiene hacia los medios de comunicación: ahora sabemos que Sánchez los quiere a su servicio. Aquí no hay un pulso entre cuatro partidos, sino el intento de uno de ellos, el PSOE de Sánchez, de imponer con quién quiere debatir, en qué cadena y qué día. El resto, Casado, Iglesias y Rivera, han cumplido con el compromiso de acudir a Atresmedia y a RTVE. Todo parte de la soberbia de un estratega endiosado de creer que el PSOE tiene las elecciones ganadas y lo mejor es no exponerse, aunque suponga acabar con los debates, pero persistir en ello le ha llevado a una propuesta tan patética como la de ir sólo el propio Sánchez, lo que no sería un debate, sino una entrevista o un «Aló presidente», lo que redobla su intención de poner la televisión pública a sus pies. Si lo que quiere el PSOE es que no se le pregunte sobre el pacto con los independentistas catalanes que le llevó a La Moncloa, ya se ocupan de ello los que ahora son juzgados en el Tribunal Supremo: ayer, Jordi Sánchez ofreció el voto de los secesionistas para que Sánchez continúe en el Gobierno. Si no ha sido capaz de mantener su compromiso en un debate televisivo, ¿nos fiaríamos sobre qué pactos estaría dispuesto a firmar pasar seguir La Moncloa? ¿Cuánto vale la palabra de Sánchez?