Unión Europea
Diplomacia frente a la histeria
Con independencia de que, en realidad, existan más puntos de concomitancia entre el programa de Donald Trump y las propuestas de Podemos que con cualquiera de los otros tres grandes partidos españoles, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón deberían calmar sus ímpetus justicieros y moderar el tono hacia la nueva presidencia norteamericana, aunque sólo fuera en aplicación del principio de prudencia. Si ya es poco estético que unos diputados que justifican regímenes totalitarios marxistas tilden de antidemócrata al nuevo inquilino de la Casa Blanca, rozaría lo temerario que el Parlamento se dejara arrastrar a la histeria dominante por los mismos políticos que han recibido financiación del Gobierno teocrático de Irán, el cual está en permanente confrontación con Estados Unidos y los aliados de Occidente en Oriente Medio. Como ya hemos señalado en anterior nota editorial, en el mundo de la diplomacia las formas y los gestos cuentan extraordinariamente, pero también la ponderación serena e informada de los hechos con los que hay que trabajar. Es probable que algunas de las primeras decisiones adoptadas por el presidente de los Estados Unidos puedan ser rechazables desde los principios de las relaciones internacionales y los convenios consulares, pero, en cualquier caso, de su corrección o refrendo se encargarán el Congreso y el sistema judicial estadounidense –democrático e independiente como el que más– o, en su defecto, las instituciones multilaterales en las que participa Washington. Con todo, no deja de ser preocupante que desde los mismos sectores de la izquierda española que más practican el maniqueísmo se quieran convertir las relaciones institucionales con los Estados Unidos en una postura binaria de adhesión o rechazo al presidente Trump, obviando la complejidad e imbricación de las relaciones bilaterales hispanonorteamericanas, que son las de dos países aliados y amigos, con los mismos intereses en la seguridad mundial. Pero es que, además, España, como miembro de la Unión Europea, está obligada a coordinarse en política exterior con sus socios comunitarios, entre otras cuestiones, porque muchos de los acuerdos comerciales y consulares firmados con los Estados Unidos lo son en nombre del conjunto de Europa y no a título bilateral. También convendría que la opinión pública estuviera avisada ante algunas posturas efectistas de representantes y líderes de la izquierda europea que, como en el caso del presidente de Francia, François Hollande, no pasan de ser brindis al sol de quienes no desempeñan funciones institucionales o están a punto de abandonarlas. Lo fácil es dejarse llevar por las corrientes de opinión generales y ponerse al frente del maremoto anti-Trump, pero eso sólo es posible cuando no se tienen responsabilidades de Gobierno. No hay que ocultar que para la Unión Europea, sacudida por el Brexit, la situación creada por el triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses es, sin duda, preocupante. No sólo por lo que tiene de amenaza al libre comercio y a la internacionalización de los servicios, sino porque el discurso proteccionista y de restricciones migratorias, tan caro a los populismos, puede dar alas a las formaciones que quieren acabar con la unidad europea tal y como la conocemos. Europa debe, pues, llevar al ánimo de la nueva Administración norteamericana la ventaja de mantener y reforzar unas relaciones que benefician a ambas partes. Ése es el objetivo y no, como pretenden algunos en el Parlamento español, convertir la figura de Donald Trump en otro campo de batalla partidista al mejor servicio de la estrategia de la tensión interna.
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