Crisis del PSOE

El intento de pucherazo de Sánchez retrata su liderazgo

La Razón
La RazónLa Razón

Un día después del bochornoso Comité Federal del PSOE, que acabó con la renuncia de Pedro Sánchez cuando comprobó negro sobre blanco que la mayoría absoluta de los delegados le había dado la espalda, los rescoldos de la pira socialista en la que ardió buena parte de su credibilidad, imagen y prestigio estaban lejos de apagarse, como no podía ser de otra manera después de una batalla tan cruenta y, por momentos, barriobajera como la que provocó el oficialismo en su intento de aferrarse al poder y parar lo inevitable. Lo que ocurrió el sábado en Ferraz concentró en unas horas las razones por las que Pedro Sánchez ha resultado tan nocivo para este país y para su propio partido, y por las que la extrema izquierda le sentía siempre tan próximo. Una vez comprobado hasta qué extremos estaba dispuesto a llegar por no perder la secretaría general socialista y lo que no dudó en ejecutar dentro del cónclave socialista contra toda una cultura interna de discusión en un partido centenario, inquieta y mucho pensar en qué decisiones podría haber tomado para ganar el Gobierno de España y preservarlo en su momento. En este sentido, hay un episodio clave en el Comité Federal que alteró el devenir de una reunión que estaba encaminada a ser fallida por el equilibrio de fuerzas y el sistemático bloqueo de la Mesa del cónclave que controlaban los pedristas. Fue el ignominioso momento de la urna. En plena discusión sobre la modalidad del voto, los miembros de la dirección sacaron la citada urna detrás del escenario por sorpresa y sin avisar y el propio Sánchez y su Ejecutiva comenzaron a votar sin control alguno sobre lo que hacían o cuántas papeletas introducían. Esta situación, abortada por los críticos con una monumental bronca que desató los ánimos ya caldeados y provocó escenas dantescas –lágrimas incluidas–, removió algunas conciencias decisivas y alteró las fuerzas en favor de los críticos, que entendieron que el PSOE con Sánchez ya no podía caer más bajo. Es cierto que lo asumieron tarde y que el daño al partido había sido terrible, y el cisma, inevitable, pero al menos desencadenaron el principio del fin de una etapa negra. Cualquiera con un mínimo sentido común se pudo preguntar entonces y hoy también cómo podía liderar un partido e intentarlo con un país el promotor de un pucherazo burdo y grosero, de una suerte de autogolpe, de una vileza contraria a toda dignidad, conducta y respeto democráticos. Porque Sánchez intentó legitimarse en el sillón de Ferraz con una urna detrás de un panel a modo de cortina, sin censo, sin interventor y sin control alguno, en suma. La izquierda habla mucho en estos tiempos, también en el PSOE, sobre los valores de la democracia, y se concede a sí misma la autoridad moral para repartir o no los carnés de demócratas, como si a ellos se les supusiera tal condición y el resto tuviera que demostrarlo. Fue otra de las lecciones que nos dejó el bochorno de Ferraz. Y es que uno no es demócrata por decir que lo es, por más ensayado que tenga el papel y sea más convincente y entregado; no. Se es demócrata cuando se demuestra con hechos, cuando se habla, se actúa y se responde como tal. Pedro Sánchez y su cohorte de leales no lo hicieron el sábado y no fue la primera vez. Quienes asuman la responsabilidad de dirigir el PSOE deben aprender de los errores y corregir el rumbo. Respetar reglas básicas como la de que el partido más votado debe ser el encargado de formar Gobierno y la de que torcer la voluntad de la gente es ser desleal con ella.