Política exterior
El Rey defiende Europa ante Trump
Con la recepción oficial en la Casa Blanca, los Reyes de España daban el oportuno contenido político a su gira estadounidense, más importante si cabe ante los últimos movimientos internacionales de su siempre polémico, pero ya previsible, anfitrión, el presidente Donald Trump, que afectan directamente a la libertad de comercio entre la Unión Europea y Estados Unidos. No pasará, pues, inadvertida para las cancillerías de nuestros socios europeos la buena sintonía que, según todas las informaciones, presidió las reuniones de trabajo entre los dos jefes de Estado, sin que hubiera de notarse salida de tono alguna, más allá de lo que podía esperarse de la extrovertida personalidad del mandatario norteamericano. El encuentro, que coincidía con el cuarto aniversario de la proclamación de Don Felipe VI como Rey de España, venía precedido de una buena labor de preparación por parte de nuestro Ministerio de Exteriores –el nuevo titular de la Cartera, Josep Borrell, se estrenaba como ministro de jornada de Su Majestad–, especialmente en el apoyo expreso a la política asiática de la Casa Blanca y su deshielo, muy criticado en los ambientes domésticos, con la tiranía norcoreana. Pese a ello, los motivos de desencuentro persisten, aunque, de momento, no parecen que vayan a tener la suficiente entidad para nublar el estado excelente de las relaciones bilaterales entre España y Estados Unidos, país que es nuestro principal cliente fuera de la UE y, al mismo tiempo, el principal inversor en la economía española, y con el que mantenemos fluidas relaciones en el ámbito estratégico y militar –la visita coincide también con el 30 aniversario del Convenio de Cooperación para la Defensa entre España y Estados Unidos, que permite el uso compartido de las bases de Rota (Cádiz) y Morón de la Frontera (Sevilla)–, más allá de nuestra común pertenencia a la OTAN. Es cierto que la nueva táctica arancelaria de Trump, que no sólo afecta gravemente a las exportaciones españolas de aceitunas negras, sino a otros productos agroalimentarios que compiten con la agricultura sureña norteamericana, igual de subvencionada, todo hay que decirlo, que la europea, no tiene una solución fácil a corto plazo, –lo mismo reza para las trabas a la exportación de acero y aluminio– pero, con todo, lo peor es llevar al extremo una política de represalias que no beneficia a nadie, salvo a los ineficaces productores estadounidenses, entre los que Trump recolecta la mayor parte de sus votos. Pero el viaje de Sus Majestades ha tenido, como en anteriores ocasiones, una inapreciable dimensión cultural, cuyas beneficiosas consecuencias hace tiempo que se vienen percibiendo en el ámbito de las relaciones con la principal potencia de la tierra. En efecto, la herencia española, que marca una buena parte de la conformación de EE UU, se abre paso en el imaginario del estadounidense de a pie y es una referencia muy positiva en los estados con mayor presencia de inmigración hispana, que no siempre ha sido bien comprendida. El feliz reencuentro de muchos norteamericanos con unas raíces demasiado tiempo desdeñadas se refleja en la simpatía y la efusividad, pero, también, en el alto nivel de representación institucional, con que han sido acogidos los Reyes en su gira por Luisiana y Texas, que conmemoraban, respectivamente, los tricentenarios de la fundación de Nueva Orleans y San Antonio. En definitiva, la estancia de Sus Majestades en Estados Unidos, culminada con sendas reuniones de trabajo con los máximos representantes del Poder Legislativo y los presidentes del Banco Mundial y del Banco de Desarrollo Interamericano, confirma la excelencia de unas relaciones bilaterales, por encima de quien presida la Casa Blanca.
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