Estados Unidos
España, a la cabeza de Europa
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha vuelto a revisar al alza su pronóstico de crecimiento de la economía española con respecto al que hizo público el pasado mes de octubre. Más allá del dato concreto – un incremento en tres décimas sobre el 1,7 por ciento del PIB previsto para 2015–, lo más significativo es que se trata de la sexta vez consecutiva que los técnicos del FMI reconocen haberse quedado cortos al analizar la evolución económica de España. Es decir, nuestro país ha tenido un comportamiento mucho mejor de lo previsto por los organismos internacionales tanto en los momentos en que las circunstancias exteriores eran negativas –euro caro y petróleo en precios máximos– como cuando la moneda única europea ha ganado en competitividad frente al dólar o se ha desplomado el precio de los combustibles. Por ello, parece claro, aunque ayer no quisiera verlo así el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, que en algo habrán influido las políticas económicas del Gobierno de Mariano Rajoy y sus programas de reformas. Cabría incluso preguntarse cuánto más positiva hubiera sido la evolución de la economía española de haber sido acompañada por un comportamiento similar de Francia, Alemania e Italia, que son nuestros principales clientes, o de no haber mediado la crisis ucraniana o la atonía de los países emergentes. Se puede concluir, por lo tanto, que por encima de factores externos, en el crecimiento español –el mayor de toda la UE y sin otro parangón que el de Estados Unidos, según destaca el mismo informe del FMI– ha sido determinante el componente político interno, con un Gobierno estable, respaldado por una holgada mayoría parlamentaria, que ha podido acometer la corrección de los gravísimos desequilibrios financieros, piedra angular de cualquier recuperación con vocación de perdurar. Sin embargo, se corre el riesgo de que el esfuerzo exigido al conjunto de los ciudadanos – muy preocupados y sensibilizados por un mercado de trabajo que no mejora al mismo ritmo que el resto de los indicadores macroeconómicos– propicie un caldo de cultivo para los movimientos populistas que, con sus fórmulas del siglo pasado, llevan a desandar el camino tan duramente recorrido. No es sólo un riesgo español, y así lo ha destacado Olivier Blanchard, el economista jefe del FMI, pero el hecho de que se enmarque en un proceso europeo más general –con ejemplos como el de la izquierda radical griega, la extrema derecha xenófoba francesa o los euroescépticos británicos– debería alertarnos del peligro potencial que representan los populistas y de la inutilidad de que los grandes partidos nacionales se enzarcen en cuestiones partidistas menores que, en realidad, sólo sirven para dar alas a quienes, sin responsabilidad de Gobierno, venden como buenas políticas siempre fracasadas.
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