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Irene Lozano refleja la peor cara del oportunismo en la política

La Razón
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El fichaje de la hasta ahora diputada de UPyD Irene Lozano por parte del secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha sido recibido con reservas, por emplear un término suave, entre un amplio sector de la militancia socialista que ve en la operación una clara muestra de transfuguismo oportunista, por encima de cualquier consideración ideológica o política. En este sentido, son entendibles las razones que han llevado a Irene Lozano a abandonar su acta y cambiar de filas, pero se comprenden mucho menos los motivos de Pedro Sánchez para llevar a cabo una maniobra que obliga a reabrir el proceso de composición de las listas electorales, que desprecia, una vez más, a una parte significativa del socialismo madrileño y que supone una flagrante contradicción con los principios de democracia interna de los que tanto presume el líder socialista. En efecto, pocas veces se ha visto una imposición –un «dedazo», en expresión popular– tan grosera como la que se está produciendo en la elaboración de las listas del PSOE por Madrid. Pedro Sánchez ha justificado la decisión en que es preciso incorporar personalidades independientes, con arraigo social, para abrir el partido a los ciudadanos. No nos cabe duda de que en otros casos –como el del portavoz socialista en la Comunidad de Madrid, Ángel Gabilondo– pueda ser válida esta argumentación, pero no lo es en absoluto en la circunstancia que nos ocupa. Irene Lozano no se incorpora de nuevas a la política, sino que representa la peor cara de la profesionalización de la política. No hay una conversión ideológica en el cambio de partido, puesto que Lozano responde perfectamente a los criterios socialdemócratas que informan al PSOE, ni viene precedido del normal periodo de reflexión por parte de la protagonista, aunque sólo fuera para guardar las formas. No. Irene Lozano se ha ido sin despedirse de las filas de UPyD después de haber perdido las primararias de su partido para sustituir a la actual presidenta, Rosa Díez. Es, pues, la misma diputada que, como recordaba ayer el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, asaeteaba a los socialistas con acusaciones genéricas de corrupción y críticas al bipartidismo dominante. Sin embargo, más allá de la peripecia personal de Lozano y de la arriesgada apuesta interna de Sánchez, lo sucedido nos debe llevar a una reflexión más amplia sobre la naturaleza volátil de muchas de las formaciones políticas que han surgido en España al calor de la profunda crisis económica y social sufrida por nuestro país –aunque éste no sea exactamente el caso de UPyD, cuya fundación respondió a una fractura interna en el PSOE, cuya indefinición sobre el modelo territorial de España sigue representando su mayor lastre– y que, en parte, se han nutrido de personas que han visto en las nuevas estructuras que se estaban formando la vía para colmar ambiciones políticas, por supuesto legítimas, que no habían conseguido en sus partidos de origen o que –como en el caso de los tránsfugas de IU hacia Podemos– veían muy pocas expectativas electorales. Son, pues, formaciones que corren el riesgo de convertirse en coyunturales, a medida que los grandes partidos, que sí disponen de infraestructuras sólidas, implantadas en el territorio nacional y con numerosos militantes, se recuperen de este periodo de confusión. Porque, en general, las nuevas formaciones no traen nuevas propuestas ideológicas, sino las mismas ideas envueltas en los reelaborados lenguajes del mundo de la imagen.

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