Relación España/Venezuela
La libertad de los presos, primero
La casa de LA RAZÓN se honró ayer con la presencia de destacados representantes de los partidos democráticos españoles en un acto que no tenía otra pretensión que la exigencia del respeto a la libertad y a los derechos políticos de todos los venezolanos. Y nada más propio a este objetivo que abrir el foro de debate de nuestro periódico a un hombre como Leopoldo López, ejemplo de la lucha pacífica por la democracia en Venezuela, injustamente encarcelado por el régimen de Nicolás Maduro tras ser víctima de una farsa judicial con la que se pretendía acallar a quienes desde la verdad y el compromiso con las libertades democráticas sólo exigían el cumplimiento del orden constitucional y el respeto a los más elementales derechos humanos de sus conciudadanos. Su esposa, Lilian Tintori, y su padre, Leopoldo López Gil, protagonistas de una defensa incansable de los derechos de los presos políticos venezolanos y, al mismo tiempo, la imagen viva de la denuncia de un régimen liberticida, respondieron por él ante las personas que llenaban el salón de actos y que pudieron conocer de primera mano que lo que está en juego en Venezuela no debería ser ajeno a nadie que se considere un demócrata. Así, es preciso valorar en toda su extensión que Leopoldo López sufre su cárcel con una entereza digna del mayor elogio, hasta el punto de rechazar cualquier oferta de excarcelación que suponga ceder en la batalla que libra la oposición venezolana por restaurar la democracia en su país. No se trata de un empecinamiento orgulloso o dictado por la visceralidad ideológica, sino del convencimiento de que no se puede otorgar al régimen la menor excusa, el más mínimo argumento, que legitime sus actos, que permita sembrar la duda sobre la naturaleza del llamado socialismo bolivariano. Que, en definitiva, deje a un líder comunista como Alberto Garzón aplaudir la prisión de un inocente y tildarlo de golpista. De no permitir ni un resquicio por el que pueda colarse el relato de los populistas de la izquierda, siempre dispuestos a justificar a los liberticidas en nombre de un modelo político e ideológico nefasto que creíamos arrumbado por la historia. Nos referimos a Podemos, a los mismos que acusan de electoralistas a quienes se vuelcan en estos días con Venezuela, aunque conocen de sobra que es la actual coyuntura en el país suramericano la que marca el calendario y no las elecciones españolas. Saben que la resistencia del régimen de Nicolás Maduro a aceptar la convocatoria de su referéndum revocatorio, legítima y legalmente demandada, responde a la necesidad de ganar tiempo para que no sea posible llamar a elecciones presidenciales anticipadas. Que los líderes chavistas tienen que alargar los plazos del revocatorio para conservar el poder dos años más y tratar de reorganizarse sin el lastre de su actual presidente. El tiempo se agota y por ello se agilizan los procesos. No es, pues, casualidad ni responde a intereses espurios que coincidan iniciativas como la de la OEA, que estudia la expulsión del régimen bolivariano de la organización; la del Parlamento Europeo, que ayer votó –con la sola oposición de los comunistas y la abstención del partido de Pablo Iglesias– una resolución que exige la libertad de los presos políticos de Venezuela como condición innegociable a cualquier diálogo, o las constantes muestras de apoyo y preocupación del Gobierno y de los partidos políticos españoles. Coinciden todos ellos, con la excepción de Podemos, instalado en una ambigüedad culposa, en que la liberación de los presos de conciencia, como Leopoldo López, debe ser el primer paso para la democratización de Venezuela. Supondría la vuelta a la institucionalidad secuestrada por el presidente Maduro.
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