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Los datos avalan a Rajoy
En 2014, la economía española dejó atrás cinco años de recesión. Hoy, España crece a un ritmo elevado, que permite augurar un incremento del 2,9 por ciento del PIB para 2015, muy superior a las previsiones del Gobierno. No sólo todos los indicadores están en positivo, sino que se está cumpliendo, jalón a jalón, el camino previsto por el equipo económico de Moncloa. Así, si en los momentos más duros de la crisis fue el Sector Exterior el que tiró del PIB, el relevo lo ha tomado ahora el consumo interno, a la espera de que se recupere la «locomotora» del sector de la construcción. Por lo menos, hay señas positivas en este sentido, como el incremento de los precios de la vivienda –por primera vez desde 2008– o la subida del 1,7 por ciento en los visados de obra nueva residencial, tras siete años a la baja. Podríamos seguir sumando indicadores hasta el agotamiento –por ejemplo, España ha presentado en enero la mayor tasa de Europa en matriculación de vehículos comerciales, con un incremento del 32,2 por ciento, frente a una caída en Francia del 8,6 por ciento–, pero sólo llegaríamos a la misma conclusión: que la recuperación es un hecho que acabará por reflejarse en el mercado de trabajo a poco que las actuales circunstancias se mantengan. A eso se refería el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando propuso, en el Debate del Estado de la Nación, como una meta nacional perfectamente alcanzable, la creación de tres millones de empleos en los próximos años. Es, por lo tanto, imprescindible perseverar en la actual política económica, que está dando buenos resultados, incluso impulsando mayores medidas de estímulo, en la línea de las que se han venido adoptando en el último tramo de la Legislatura. Dicho esto, y sin caer en los pretendidos pesimismos de quienes han venido negando la recuperación o la atribuyen a los azares internacionales, es preciso reconocer que aún persisten notables desequilibrios en nuestras cuentas públicas que reducen el margen de error y convierten en un grave riesgo potencial la carrera hacia la demagogia emprendida por la izquierda española –y aun por sectores que se dicen de «centro»– a la que, sorpresivamente, se ha unido el principal partido de la oposición, como si hubiera olvidado que las reglas del juego económico en un mundo globalizado están para cumplirse, tal y como se vieron obligados a hacer los socialistas en su última etapa de gobierno. Sólo con estabilidad política y perseverancia en el esfuerzo será posible dejar atrás esta etapa difícil de la historia de España, consolidar el Estado del Bienestar y rematar la gran transformación estructural de una economía que actuaba como una máquina de destrucción de empleo al menor cambio de ciclo. Es labor de todos, pero especialmente del partido del Gobierno, trasladar a los ciudadanos la trascendencia de continuar por la misma y exigente senda.
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