Gobierno de España

Los españoles merecen más

La Razón
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Miguel de Unamuno, que ha vuelto a llamar la atención de la opinión pública y cinéfila gracias a la película de Alejandro Amenábar, dejó muchas cosas escritas, algunas interpretadas al gusto de cada cual y otras sencillamente certeras. «Deberíamos tratar de ser los padres de nuestro futuro en lugar de los descendientes de nuestro pasado», apuntó. Él, un hombre del 98, pesimista aunque con fe, sabía del encadenamiento de los españoles a sus derrotas, despreciando lo mucho que hay por hacer y complaciéndose en el desengaño. No elucubraremos sobre qué hubiese dicho Unamuno hoy a punto de desenterrar a Franco 44 años después de su muerte y ocupando este hecho toda la actualidad nacional y haciendo de un acto de necrofilia política la espinosa frontera en la que obligatoriamente deben situarse a uno y otro lado los españoles. El pensador vasco, que apoyó a Franco en el golpe de julio del 36 –para salvar la República– y abjuró de él apenas un mes después, no renunció nunca a España; sólo de aquellos hombres que practicaban la dialéctica cerril del enfrentamiento, que la hicieron imposible. «Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio», escribió. Qué incorrección política, se diría hoy. Ahora, un partido de izquierdas, de la izquierda moderna, bien formada, ecologista, feminista, altermundista, aunque populista de marca, renuncia a llamarse Más España, como era lo preceptivo, y opta por la denominación de Más País –menos mal que no han elegido Mas Estado Español para complacer a los independentistas catalanes–, renunciando al nombre de unas de las democracias más plenas del mundo. Hoy se celebra la Fiesta Nacional y, sin refugiarnos en el dolor patrio unamuniano, puede decirse que España vive uno de los momentos más graves y desconcertantes de las últimas décadas. Hay razones objetivas para el desánimo y hurgar en la tragedia hispana, pero, en el fondo, no dejan de ser más que problemas políticos y como tales deben enfocarse. Que los ciudadanos hayan sido llamados cuatro veces a votar en cuatro años sólo tiene una explicación: los partidos han sido incapaces de ponerse de acuerdo para formar un gobierno, de apartar diferencias partidistas –pura cosmética diferenciadora y egolatría– y apostar por el interés general de los españoles. Como si pensasen que el único objetivo es llegar al Gobierno y ocupar el Estado, sin cuidar las instituciones que conforman una democracia, sin defender los valores liberales de respeto a todas las opciones políticas, la de una idea de España como una comunidad integradora e igualitaria y no la de un territorio hostil como propagan los nacionalistas supremacistas. En Cataluña, la izquierda ha preferido entrar en el juego del nacionalismo, anteponer unos supuestos derechos históricos, agravios identitarios y particularismos folclóricos, cuando no xenófobos, a los principios ilustrados de igualdad y justicia. Incluso el PSOE ha participado de esta deriva, que esperamos corrija por el interés de todos los españoles. España es una democracia sólida con instituciones serias, capaces de responder a los retos más acuciantes. Es la cuarta economía de la Unión Europea, tiene el respeto y consideración de sus socios y, hasta ahora, más allá de las leyendas cainitas, es un país moderado y tolerante. Hoy celebramos la Fiesta Nacional en un contexto especialmente complicado: acosados por el pasado y una memoria histórica pedagógicamente nefasta, con un bloqueo político y con un desafío independentista que persiste en la ruptura territorial. La clase política, si no quiere seguir socavando su prestigio, debe actuar con responsabilidad y por el bien común de todos los españoles.