Ciudadanos

Rivera y la superación de las ideas

La Razón
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Nada hay que oponer a la llamada «Plataforma civil España Ciudadana», que puso ayer en marcha el líder del partido naranja, Albert Rivera, siempre que ésta no pretenda ser otra cosa que un vehículo añadido para la promoción electoral de Ciudadanos. Es preciso hacer esta advertencia porque en el discurso de los grandes objetivos nacionales y la superación de las ideas, vulgo ideologías, de Rivera hallamos ecos antiguos que nos retrotraen al mismo maniqueísmo nacionalista que se pretende combatir. Por supuesto, no podemos estar más de acuerdo en la reclamación sin complejos de la identidad española, en la expresión del sentimiento de orgullo que brota ante una sociedad como la nuestra, que se encuentra entre las únicas veinte naciones verdaderamente libres y democráticas del mundo, como, también, en la reivindicación de los símbolos patrios y los derechos constitucionales que nos conforman como país. Es más, esa vindicación de la realidad española y de las virtudes de un patriotismo sin complejos ha surgido con naturalidad entre los más diversos sectores sociales tras unos tiempos, los de la gran crisis económica, que habían sido aprovechados por los populismos de la izquierda antisistema y, sobre todo, por los separatistas para desvirtuar la imagen de España, asociándola mentalmente a la dictadura. El desafío golpista en Cataluña ha servido, sin duda, de catalizador de un estado de opinión y unas convicciones que, sin embargo, siempre han estado vigentes entre la inmensa mayoría de los españoles. De ahí que la exaltación del patriotismo, nada reprochable en sí misma, debe prevenir cuidadosamente cualquier riesgo de patrimonialización. Cuando Rivera afirma que no ha visto en España «rojos ni azules», «campesinos o urbanos», «creyentes o agnósticos», sino sólo españoles, obvia en ese, idealmente deseable, transcender de las diferencias, que ni la ideología, el lugar de residencia o las creencias determinan quién puede considerarse, y quién no, un patriota comprometido con su nación. En ese sentido, entenderíamos más, aunque no lo compartamos, que Ciudadanos pretendiera abanderar una reforma constitucional que modificara el actual modelo territorial, con mayores restricciones autonómicas, que esta pretensión de presentarse ante los electores como si sólo ellos estuvieran concernidos en las defensa de la unidad nacional y de la Constitución. Se trata de una táctica, además, arriesgada, por cuanto debilita la necesaria acción de conjunto del resto de los partidos constitucionalistas, a los que, suponemos, Rivera no regateará su condición de españoles, en un momento complicado por las provocaciones del separatismo catalán. Comprendemos que los estrategas del partido naranja pretendan ampliar una base electoral que, pese al runrún general de las encuestas, no es todavía lo suficientemente amplia para superar electoralmente al PP y al PSOE. Pero el camino no se encuentra, precisamente, en la exaltación de un españolismo que, de hecho, es compartido por la mayoría social, sino en corregir y superar los condicionantes que lastran el despegue de Ciudadanos. Así, su mayor aceptación entre las clases altas, medias altas y nuevas clases medias –al igual que Podemos– no compensa su bajo peso electoral entre las viejas clases medias y las clases trabajadoras, donde les superan populares y socialistas; el sistema electoral penaliza sus desequilibrios territoriales y, además, no llega con suficiente fuerza al mundo rural. Esas sí son las tareas que debe afrontar Rivera.