Cataluña
Sánchez debe respetar la iniciativa de Rajoy en Cataluña
A pesar de la alegría que se vivió en la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalitat había preocupación entre los dirigentes de la antigua Convergència. Son conscientes –unos más que otros– de que el paso dado el pasado 9 de noviembre al proclamar el Parlament que «no se supeditará a las decisiones del Tribunal Constitucional» tiene riesgos difíciles de corregir: obliga a seguir hacia adelante y situarse abiertamente en la ilegalidad, además de dar la espalda a más de la mitad de la ciudadanía de Cataluña. La toma de posesión en sí fue una demostración de esa ruptura, de que se persiste en la provocación y en demostrar que se quiere incumplir la Constitución. En este contexto, y ante las negociaciones para formar Gobierno, Pedro Sánchez se ha propuesto hablar con Carles Puigdemont, suponemos que como mero contacto formal. Pero ya sabemos que en política, y más en las circunstancias actuales, las formas definen también el contenido. No dudamos de las buenas intenciones que mueven al líder socialista a propiciar este contacto con un presidente autonómico, pero es inevitable no olvidar el hecho fundamental: la primera autoridad de Cataluña es en estos momentos el líder de un movimiento secesionista que quiere romper la unidad de España. Su posición es inequívoca y, para que no hubiese dudas, confesó en el solemne acto de la toma de posesión su «fidelidad a la voluntad del pueblo de Cataluña» (que él definió como «un círculo virtuoso de legitimidad indiscutible») representada, bajo su punto de vista, en el «proceso». El PSOE ha mantenido históricamente una posición clara en su defensa de la Constitución que Puigdemont se propone liquidar, pero también es cierto que en el socialismo ha habido políticos más tacticistas que otros. Está bien que Sánchez le planteé al presidente de la Generalitat la necesidad del diálogo y la obligación de hacer cumplir la ley –dos obviedades que por más incumplidas reiteradamente por el nacionalismo catalán no deben echarse en el olvido–, pero por encima de esto, hay que mantener, sobre todo, la unidad de los constitucionalistas. El líder del PSOE debe respetar la iniciativa del todavía Gobierno en funciones que preside Mariano Rajoy y no precipitarse. Forzar un debate sobre si Rajoy debe llamar o no a Puigdemont sólo lleva a la confusión de creer que el que incumple la ley es igual que el que la defiende y la cumple. A partir de ahí, el diálogo, incluso una protocolaria toma de contacto, se hace imposible. Es comprensible que Sánchez quiera forjarse como serio candidato a La Moncloa, que abrir una vía de contacto con la Generalitat le afiance como el líder que toma la iniciativa en una crisis bloqueada y que quiera afianzar su perfil de líder. Pero no nos engañemos, en este gesto de aproximación al nacionalismo catalán se esconde la intención de que los ocho diputados de Democràcia i Llibertat puedan apoyar un futuro pacto con PSOE y Podemos que, aunque insuficiente en escaños, alcanzase la mayoría con necesidad de sumar a PNV y los restos de Convergència. Demostraría Pedro Sánchez mucha impaciencia, que no es buena consejera en un momento en el que hay que poner por delante los intereses nacionales a los del partido. La crisis en Cataluña necesita que las fuerzas constitucionalistas preserven la unidad y no estén tentadas a querer resolver solas un problema en el que está en juego el futuro de España.
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