Nacionalismo
Sánchez no debe reunirse con Torra
El 24 octubre de 1977, Josep Tarradellas tomó posesión del cargo de presidente de la Generalitat. Lo hacía en presencia de Adolfo Suárez y juró lealtad al Rey Juan Carlos. Acababa de llegar del exilio. Fue el único cargo electo de la Segunda República que fue restablecido y lo hizo la Monarquía parlamentaria. La Transición no podía quedar completa si no se restituían los derechos políticos de Cataluña. Así se hizo, antes incluso de aprobarse la Constitución, el Estatuto y de celebrarse las primeras elecciones autonómicas en 1980. Felipe VI es consciente de este estrecho vínculo histórico y de la obligación de defender el autogobierno constitucionalmente protegido. En su discurso del 3 de octubre de 2017, tras la grave situación planteada por la celebración de referéndum ilegal de independencia, quedó claro que había que proteger las instituciones catalanas de un asalto en toda regla. Romper la legalidad tiene graves consecuencias y nadie puede estar por encima de su cumplimiento. Por lo tanto, quien quiera encontrar en aquel discurso del Rey una posición contraria al autogobierno, miente, manipula y sólo demuestra seguir al pie de la letra el guión propagandístico del independentismo, cuya principal cabeza es, paradógicamente, el mismísimo presidente de la Generalitat. Roto los consensos básicos –una Cataluña para todos los catalanes, no sólo para los nacionalistas–, sólo queda el enfrentamiento e insistir en el choque con la primera institución del Estado. La carta remitida el pasado miércoles por Mas, Puigdemont y Torra al Rey no escondía sus claras intenciones de denigrar al Jefe del Estado y exponerle al escarnio público, como pudimos comprobar ayer en la inauguración de los Juegos del Mediterráneo en Tarragona. Que la Generalitat impulse la protesta no es nuevo y sólo nos da la medida de la situación peligrosamente desnortada del independentismo y de sometimiento de las instituciones, pero hay algo más no menos relevante: la confusa estrategia emprendida por Pedro Sánchez. Desde el punto de vista institucional y de la dignidad de la Corona, es difícil de entender que se pueda dialogar con Torra. Lo visto ayer, aleja mucho al nacionalismo catalán de los parámetros democráticos y reclamar «normalidad democrática», como hace Sánchez, desenfoca totalmente el problema, si no se tiene en cuenta que Torra ha anunciado que rompen cualquier relación con la Corona, de tal manera que, a partir de ahora, ningún miembro del Ejecutivo catalán asistirá a actos organizados por la Casa Real, que tampoco serán invitados a los acontecimientos convocados por la Generalitat. Puede que se trate de una más de las bravatas propagandísticas del independentismo, pero anunciado por el presidente catalán, aunque sea un Torra supeditado a Puigdemont, debería ser tenida en cuenta. El Rey ha mantenido una relación fluida con la sociedad catalana, ha realizado más de veinte viajes desde su proclamación hace ahora cuatro años y conoce bien sus problemas ¿Quiere decir acaso que cualquier acto oficial de Felipe VI en Cataluña será boicoteado por la Generalitat, como ha hecho ahora en Tarragona y prepara hacer la próxima semana en la entrega de los Premios Princesa de Girona? La estrategia no es novedosa, aunque ahora va dirigida contra una parte fundamental del Estado: persistir en la en la fractura social en Cataluña y delimitar dos bandos bien definidos. Pedro Sánchez se reunirá con Torra el próximo 9 de julio en La Moncloa, aunque ayer se manifestó con los miembros de la ANC y Òmnium contra el Rey antes del acto oficial. El presidente del Gobierno debe pedir explicaciones por este comportamiento incendiario antes de recibirlo en La Moncloa y suspender el encuentro que deja desprotegido a Felipe VI.
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