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Un test al liderazgo de Sánchez
No conviene olvidar que la consulta propuesta por el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, a las bases del partido tenía un objetivo que ha quedado desvirtuado por la realidad de los hechos: apoyarse en los militantes, a los que consideraba más radicalizados, para alcanzar un pacto de investidura con Podemos y el PNV, contorneando las salvaguardas impuestas por los barones en el Comité Federal. De hecho, la decisión de convocar a la militancia, algo inédito en toda la historia del PSOE, para respaldar unos acuerdos de gobierno se adoptó por parte de la dirección federal del partido sin consulta previa a los secretarios generales. Un hecho consumado, en definitiva, que los barones tuvieron que aceptar, pero condicionando la consulta a una total transparencia sobre el alcance y la calidad de los acuerdos que pudieran firmarse con otras formaciones políticas. Es decir, Pedro Sánchez buscaba cubrirse las espaldas frente al resto de los dirigentes socialistas ante lo que preveía como una controvertida alianza con la extrema izquierda, rechazada de plano por un amplio sector del PSOE que recelaba, con razón, de las intenciones últimas del líder de Podemos, Pablo Iglesias, y advertía del riesgo de que los populistas acabaran haciéndose con la hegemonía de la izquierda española. La arremetida de Iglesias, presentando a Pedro Sánchez unas condiciones de pacto humillantes, que suponían entregar los principales resortes del poder ejecutivo al líder de Podemos, –además de suponer la aceptación de un programa económico centrado en el expolio fiscal de las clases medias y del sector empresarial–, obligaron al candidato socialista a cambiar de estrategia, aun cuando suponía enfrentarse al más que probable fracaso en la investidura, ya que su comportamiento excluyente, ciertamente sectario, con el Partido Popular había dejado imposible un acuerdo de banda ancha dentro del bloque constitucional del Parlamento. Así las cosas, el cambio en las premisas del problema ha convertido lo que debía ser un instrumento de fuerza para el secretario general socialista en un arriesgado test sobre el respaldo a su liderazgo por parte de las bases del partido. A la inanidad de la pregunta, que ha convertido en mero trámite la consulta, se une el golpe en el vacío del acuerdo por el que se pregunta, ya que carece de los suficientes apoyos para investir a Pedro Sánchez. Sin acicate político parece muy dudoso que la consulta alcance una alta participación, lo que se traducirá de inmediato en una censura a la figura del propio Sánchez quien, por otra parte, ha perdido 9.000 afiliados –500 al mes– desde que fue elegido secretario general en julio de 2014. Si en aquella ocasión le resultó decisivo el apoyo de la militancia del socialismo andaluz, hoy, ese respaldo está muy comprometido, con el agravante de que Andalucía aporta el 25 por ciento de los militantes del PSOE. Y las perspectivas para Sánchez no son demasiado halagüeñas. La presidenta de la Junta de Andalucía y líder regional indiscutible del partido, Susana Díaz, que ha contraprogramado la consulta con una multiplicidad de actos de conmemoración del Día de la Comunidad, no ha ocultado su malestar por el secretismo que ha mantenido Ferraz a lo largo de la preparación del referéndum interno y ha decidido, simplemente, no participar en el mismo. Igual reza para otras direcciones regionales, como la aragonesa, mientras crece la oposición a algunos de los puntos acordados con Ciudadanos, como la supresión de las diputaciones. En definitiva, donde Sánchez buscaba un plebiscito a la búlgara, puede toparse con una moción de censura.
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