Cataluña

Una candidata inhabilitada

La Razón
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Pocas veces en la historia reciente la mentira ha tenido tanta carta de naturaleza como en la actual estrategia política del separatismo catalán, especialmente si nos atenemos al comportamiento de la candidata de ERC, Marta Rovira, capaz de negar con el rostro impasible lo mismo que acababa de afirmar el día anterior. Se trata, por supuesto, de armar un relato que justifique ante sus seguidores no sólo el fiasco del proceso independentista, sino la aceptación de la legalidad constitucional restablecida tras la aplicación del artículo 155. Tal vez, todo sería más sencillo si Marta Rovira reconociera la realidad de los hechos y admitiera ante su público que el próximo 21 de diciembre se van a celebrara en Cataluña unas elecciones autonómicas, convocadas por el Gobierno, en las que su partido pretende, simplemente, conseguir una mayoría suficiente para gobernar. Ni estamos ante una «segunda vuelta» del «proceso», ni el resultado electoral, sea el que sea, legitimará otro asalto a la Constitución. Lo sabe perfectamente Marta Rovira, porque no es posible creer otra cosa, y lo sabe la inmensa mayoría de los ciudadanos de Cataluña, que se han mantenido ajenos a los llamamientos a la agitación callejera, pese a los esfuerzos desplegados por el entramado secesionista. Sin embargo, y aunque por caminos torcidos y en medio del apoteosis del doble lenguaje, ERC va recomponiendo el discurso en la única dirección posible: la que pasa por el cumplimiento de la Ley. Así, ayer, durante un acto de presentación de su candidatura, Marta Rovira afirmó sin que se le moviera un músculo que su formación nunca había hecho proclamas a favor de «ninguna unilateralidad», como si el espectáculo de la proclamación de la DUI en el Parlamento autonómico, en el que ella tuvo un papel de presión muy destacado, nunca hubiera tenido lugar. En realidad, según la nueva versión de Rovira, lo único que hizo ERC fue seguir una vía «multilateral», de acuerdo al contrato que tenían con los electores separatistas. Pero aún hay un salto mortal más: ahora, ERC pretende, si ganan las elecciones y consiguen la presidencia de la Generalitat, mantener una relación bilateral con el Gobierno, con la apertura de una vía de diálogo y negociación, «para implementar el mandato de las urnas». Si desbrozamos el discurso de sus equívocos términos, sólo hay una interpretación posible, que es la de la vuelta a la normalidad institucional, puesto que absolutamente nadie puede creer que el Gobierno que preside Mariano Rajoy se avenga a negociar nada que esté fuera de la Constitución y de las leyes. Pero este recurso a la confusión, que, sin duda, trasluce la existencia de una reserva mental, alcanza cotas de virtuosismo cuando Rovira y sus compañeros de partido tratan de justificar la ruptura de su coalición con el PDeCAT, que sólo es ventajismo electoral. Arrastrados por el mesianismo de Puigdemont, los antiguos convergentes se han quedado sin sus referencias ideológicas y, según todas las encuestas, se encaminan hacia un pésimo resultado en las urnas, a beneficio de sus antiguos socios de ERC. Finalmente, la estrategia mentirosa de Rovira no estaría completa si no intentara trasladar su responsabilidad en el fracaso del «proceso» a otros supuestos culpables. Una vez más, sin prueba alguna que sustente sus afirmaciones, Marta Rovira insiste en atribuir la derrota de los golpistas a un acto de «generosa humanidad», por cuanto Puigdemont no habría querido que la población sufriera la «violencia extrema, con muertos en las calles» con que amenazaba el Gobierno. Ha sido la primera vez que Rovira trae a colación al ex presidente huido en este asunto. Dentro de poco, le hará responsable único del embuste.